Apareció la luz… y no precisamente al final del túnel. Ya los avicultores artemiseños consiguen verla. El colectivo laboral Pedro Domenech, ubicado en áreas rurales del municipio Caimito, muestra cuánto puede lograrse: sobrecumplen holgadamente el plan y cada trabajador obtiene ingresos considerables.
Lo asegura Elvia Bofill, quien lleva 28 años en esa granja. “Estamos vinculados a una Mipyme, y los ingresos son muy buenos ¡como nunca antes!
“Nos proporcionan comida de calidad para los animales, casi toda importada, y las gallinas responden. A pesar de que son viejas y debieron estar en decrepitud hace meses, están por encima del 70 % de posturas.
“En la actualidad el huevo tiene otro valor, no como antiguamente, cuando lo que ganábamos era ínfimo; ahora las naveras cobramos sobre los 20 000 pesos, por nuestros resultados productivos.
“Y nos estimulan mensualmente con un módulo gratis de aseo, alimentos, cosas necesarias, además de los 30 huevos al mes, así como las viandas, hortalizas, granos y todo lo que producimos en nuestras tierras. Siempre tenemos algo para llevar a la mesa de la casa”.
Producción cooperada
Alexis Naranjo, jefe de este colectivo laboral, comenta que, de sus 32 trabajadores, 21 están vinculados a la producción principal y el resto a la agricultura, en una extensión de una caballería.
“Producimos carne de cerdo en menor medida, para nosotros mismos, también leche de vaca, tomate, malanga, plátano, yuca, col, pepino, habichuelas, guayaba…
“Los ingresos de los agricultores salen de las ventas en las ferias de los municipios, y su salario medio asciende a 13 000 pesos. El de quienes se dedican a la obtención de huevos promedia los 17 000, pues la unidad está a un 68.84 % de posturas, considerable para la edad de estos animales.
“Disponemos de 51 000 gallinas en ocho naves. Cerramos el primer trimestre con un 66 % de posturas (a 21 huevos mensuales por ave) y buena conversión de un 1.54 % de pienso contra huevos. Sobrecumplimos el plan técnico económico en más de 775 000 posturas.
“Nos ha beneficiado el convenio de producción cooperada. Una mipyme nos aporta el alimento animal, y nosotros le retribuimos el 70 % en huevos, que venden en mercados mayoristas y ferias. Mientras, el otro 30 % se les intercambia a ellos mismos por pienso, que le entregan a la empresa a fin de distribuir a otra granja y, entonces, pueda producir para el consumo social del país.
“Comenzamos esta experiencia el 10 de octubre del año pasado y, para mí, ha sido súper satisfactoria: no teníamos estabilidad en la comida; la gallina lo mismo estaba en un por ciento de postura que en otro y, a partir del convenio, hemos ganado mucho en estabilidad.
“Ha sido algo fructífero que, además, ha mejorado los salarios de los trabajadores. Considero que se debe seguir fomentando este modelo de encadenamiento productivo, no solo en nuestra unidad sino en otros lugares. Y mantiene la estabilidad del colectivo, pues elimina la fluctuación; algunos incluso regresaron”.
Oficio y amor
Para Alexis Naranjo, cada una de sus naveras tiene muy buen dominio del oficio. “Las diferencias entre una nave y otra no exceden el 2 % de posturas: la más alta está a un 70 % y la más bajita a un 68 %, en dependencia de la edad de las gallinas, por supuesto”.
El timonel del centro presta especial atención igualmente al adiestramiento. La jovencita Aleydis Silvera pone a prueba las lecciones recibidas en el politécnico, y aprende junto al médico veterinario.
Durante las prácticas se enamoró del trabajo con las gallinas, y eligió la granja caimitense. Por estos días se empeña en curar del catarro a las aves de la nave 1, quizás muy estresadas aún tras el paso del huracán.
“La estamos preparando. Este es uno de los colectivos más organizados de la empresa para formarla y llevar nuestra mentalidad a donde la ubiquen. Debemos tener mucha visión respecto al adiestramiento: esa es la generación que nos va a sustituir, la que viene aprendiendo; si la perdemos, se perdería la avicultura, y no lo podemos permitir”.
Juana González defiende muy bien esa idea, con 41 años entre gallinas y huevos. Dicen que sirve para todo, desde las naves hasta la cocina o la agricultura.
“Un día salí de casa a buscar trabajo, y no me lo querían dar; decían que estaba muy nueva. Tenía una niña chiquita. Ahora, a la vuelta de tantos años, son mis hijos quienes no quieren que trabaje, pero a mí no hay quien me encierre, porque me siento realizada con lo que logro aportar”.
Está al frente de quienes se dedican a la agricultura en la Pedro Domenech, y garantiza alimentos tanto al comedor como para que los trabajadores lleven a sus casas, e incluso a la cercana escuelita Fabricio Ojeda.

Según una frase muy popular, “puede que sea el gallo el que canta, pero es la gallina la que pone los huevos”. Y en esta granja las mujeres son mayoría: con su amor y conocimiento en función de las aves, acercan ese anhelo de los artemiseños —y los cubanos en general— de multiplicar una producción tan necesaria.
Con semejante afán y prácticas como la producción cooperada, ya puede verse la luz (o los huevos)… y no precisamente al final del túnel.