La escultora sancristobalense Jilma Madera (1915-2000) es sin dudas, una de las más destacadas artistas nacidas en el territorio, de la actual provincia de Artemisa. Se le recuerda como autora del soberbio Cristo de La Habana y del busto broncíneo de José Martí, colocado en el punto más alto de Cuba.
Corría el año 1952 y surgió la propuesta de conmemorar el centenario del natalicio de Martí, colocando un busto con su efigie en la cima del pico Turquino. La idea cobró vigor y el entonces director de la Fragua Martiana contactó con Jilma para encargarle la obra, que finalmente fue realizada en bronce, con un peso de 163 libras.
Se trasladó en ferrocarril hasta Manzanillo, donde fue recibida por el doctor Manuel Sánchez Silveira, padre de Celia Sánchez Manduley, encargado del movimiento definitivo hasta la cumbre de la montaña más alta de Cuba, adonde llegó, junto con los materiales de construcción destinados a la base y al pedestal, gracias al concurso de 12 campesinos provistos de parihuelas.
El 21 de mayo de 1953, dos días después del 58 aniversario de la caída en combate del Apóstol de la independencia cubana, más de una veintena de personas, entre ellas Manuel Sánchez, Celia Sánchez y Jilma Madera, participaron en la develación del busto, junto a una bandera cubana izada en un asta rústica, a 1974 metros sobre el nivel del mar.
El pico Turquino, a pesar de estar identificado en la nomenclatura geográfica como pico, en realidad no lo es, pues su cima es una pequeña planicie o explanada redondeada de unos 3 000 metros cuadrados, es decir, aproximadamente la tercera parte de una hectárea.
El suelo de la cumbre muestra salientes rocosos sobre los cuales los visitantes se recuestan para mitigar el cansancio de la escalada, con algunos árboles y arbustos entre ellos, pues el bosque original fue casi totalmente talado en 1954 por intereses geodésicos.
En el Turquino alto la atmósfera rei- nante es generalmente húmeda y potentes luego del triunfo de la Revolución en la cima del Turquino, junto al Martí de Jilma nubes de tormenta la cubren gran parte del tiempo. Sobre ese ambiente de alta montaña –a escala caribeña- el geógrafo y espeleólogo Antonio Núñez Jiménez, honrado con la distinción de “Cuarto descubridor de Cuba”, narró sobre un viaje a la cima de esa elevación a mediados del pasado siglo, que al pernoctar en la cumbre ni él ni sus acompañante pudieron dormir debido al frío intenso y a la extrema humedad reinante durante toda la noche y madrugada, además de lluvias constantes y fuerte viento.
Durante el ascenso al Turquino por las rutas más concurridas, se recuerdan sitios que distintos visitantes han mencionado en sus crónicas de viaje, como el Arroyo Naranjo, el Alto del Cardero con un estrecho trillo ascendente, la Maja- gua o la cueva del Aura.
En ciertos tramos el camino es allanado y hasta liso, pero en otros se hace abrupto y quebradizo con escaloncitos (como el llamado Sacalenguas) y en otros se cuenta con la ayuda de escaleras con pasamanos de madera local. Desde el triunfo de la Revolución, la escalada al Turquino, entre especímenes vegetales como el caney con sus curujeyes, la yagruma, el bejuco tibisí y los helechos, al paso junto a mariposas policromadas, zunzunes y tocororos cantores, se ha convertido en una suerte de manifestación de éxito, para cientos de jóvenes que intentan conquistar su cima, como colofón de una etapa de estudios o para honrar hechos relevantes de la historia patria