El día ya pintaba feo, mas no quise escuchar las alertas que llegaron desde la Unión Eléctrica Nacional y su pronóstico de 1 700 MW de afectación, en el horario pico, para el pasado martes, 4 de febrero. Mucho menos me dejé amedrentar por lo que ese número significaba para Artemisa, un territorio que reportaba unos 100 MW apagados, antes del mediodía de la misma jornada.
A las once de la mañana “se hizo la luz” y salí apurada, para la sucursal 2252 del Banco Popular de Ahorro en Alquízar, casi como quien se lanza a la espera de que ocurra el milagro.
Era ese el momento y no otro, para concluir algo que había postergado tantas veces, por cuestiones similares a las que ahora me sacaban de mi casa.
Allí debía ver al comercial: trabajador bancario que nos recibe casi siempre detrás de un buró. Ya estaba adentro. No pregunte usted cómo, pero lo logré. Sin embargo, la verdadera sorpresa fue cuando expuse ante la experta el motivo de mi visita.
-¡Extravío de la libreta de una cuenta a plazo fijo! En dos años que trabajo aquí nunca había visto semejante desliz -, exclamó asombradísima.
Afirmaré que nuestro comienzo no fue del todo amistoso. Su reacción me despertó determinadas molestias, ante las cuales respondí serena e inteligentemente, como quien busca dejar claro su propósito y señalar en qué consiste el trabajo de los otros.
Pero era más, mucho más que un extravío. Debía cerrar unas cuentas, activar otras, depositar en caja, en fin… un complejo y largo proceder que me ató a una silla alrededor de cuatro horas.
Tanto tiempo de estar cara a cara, finalmente Darisleydis y yo nos acercamos, reímos y hasta rezamos juntas para que el demandado fluido nos permitiera cerrar con éxito cada operación.
Unos 240 minutos que a esta periodista le bastaron para creer con más fuerza en la resistencia del cubano. De los trabajadores de cualquier sector, que aún en medio de tantas vicisitudes se levantan cada día hacer lo que les toca. Unas veces mejor, otras no tanto. Para mí igualmente admirable.
Supe que allí, donde han de enarbolarse las banderas de la bancarización, lidian cotidianamente con escasez de recursos: computadoras con sistema operativo arcaico, que ralentizan los procesos; impresoras de cintas, donde debían ir laser; reutilización de viejos modelos de papel, para imprimir procedimientos actuales… y así una interminable lista de insatisfacciones.
Pude ver rostros nuevos. Otros cansados. Pues ni este lugar se salva de la migración de trabajadores hacia el sector no estatal, e incluso algunos llegaron más allá de las fronteras, en busca de mejores dividendos por su trabajo.
Vi más allá. Conocí de la destreza del joven cajero Bryan, de la amabilidad con la cual el portero Humberto acomodaba a las personas en el salón. Tampoco me quedaron dudas de la experiencia de Yanelis, la gerente, quien, llegado el momento, estará listísima para asumir la dirección de esta sucursal.
Dije que mi estancia allí duró unas cuatro horas. De ellas solo tres gocé de los privilegios que brinda la electricidad, pues aquí no es posible echar a andar el grupo electrógeno que tienen inhabilitado, por falta de combustible hace ya muchos años. Me disponía a pasar a la caja cuando nos atrapó el apagón, antes de lo planificado.
En cambio, fue bueno ver como la gerente se acercaba a cada uno de los que permanecíamos varados en el proceso e iba buscando soluciones para nuestro pesar. Fue reconfortante también observar como sus subordinados asumían con naturalidad los protocolos establecidos para estos casos, con la rigurosidad y exactitud que demanda el trabajo aquí.
Podría ser este un comentario crítico. Sin embargo, quise, que pareciera más un homenaje. Algunos dirán que estoy loca. Que me aferro a lo imposible. Que prefiero ver siempre la copa medio llena, que vacía. Que mi mal de amores no tiene cura.
Es cierto también que de los alquizareños allí reunidos aquel día, no todos regresaron a sus casas con los problemas resueltos. Muchos de ellos madrugaron por nada. Para ellos también van estas palabras y el llamado a confiar siempre en el milagro: ni tan imposible, ni tan inalcanzable, cuando se trata de los cubanos.