“Maltratando al animalito se ha pasado toda la mañana. Y no es la primera vez. Vivo cerca, paso por esta esquina cada amanecer de domingo y se repiten las imágenes. Lo peor es que no puedes decirle nada, porque se molesta; más que molestarse, se enfurece”.
Fueron estas las palabras de una señora a la entrada de la Feria Agropecuaria dominical, en Artemisa, ante mi evidente preocupación por el feo espectáculo que brindaba el dueño de un carretón de caballo, que fusta en mano se ensañaba con el animal.
Nunca han faltado abusadores cuando de relación con los animales domésticos se trata. Llamativo resulta que esto sucede cuando ya tenemos aprobado desde el año 2021 el Decreto Ley sobre Bienestar animal. En este proyecto se trabajó durante más de dos años y finalmente fue aprobado. La pregunta es entonces
¿Dónde están y qué hacen los que tienen que hacer cumplir la ley?
Lo más preocupante es que las imágenes se repiten hasta en los lugares más céntricos de los pueblos: caza y torneos de tomeguines que pelean, golpizas a perros y gatos, abandono de mascotas que muchas veces son mutiladas o atropelladas.
No son pocos los que, asumiendo el papel de dueños, son negligentes, en tanto no son capaces de asegurar a los animales bajo su custodia, la higiene requerida, la estancia en instalaciones adecuadas, alimentación sana y cuidados sanitarios, llegando incluso a suministrarles drogas para estimular su fortaleza, capacidad de trabajo, belleza física y ferocidad, al punto de provocarles la muerte.
Tampoco faltan los que –trocando la negligencia en crueldad– han sacrificado a los animales cuando estos no cumplen las expectativas de negocio para las que son concebidos. Amén de que algunas medidas se hayan tomado con algunos de estos abusadores, todavía hay muchos que presumen impunemente de su capacidad para el ejercicio más feroz de atropello a los animales.
Más grave resulta cuando se implican niños y adolescentes en situaciones de maltrato animal.
Estudios realizados por instituciones especializadas afirman que este tipo de actitudes en edades tempranas generan violencia, incapacidad para visibilizar y respetar la dignidad humana, poca empatía hacia otros animales y respecto a las demás personas; rasgos que se traducen en trastornos de la personalidad, en conductas antisociales, creando condiciones para la comisión de delitos más graves.
La empatía como habilidad social ha de ser una práctica de todos los días y hacia todos los seres con los cuales convivimos, incluyendo a los animales, domésticos o no, con los cuales debemos conectar de manera armónica, respetuosa.
“Quien es cruel con los animales, no puede ser buena persona”, afirmó Arthur Schopenhauer. Es este un pronunciamiento que no debemos interpretar solo como una reafirmación del amor y el afecto hacia los otros. Es sobre todo una declaración de principios que encuentra un fundamento empírico concreto en la salud mental de los seres humanos.
Los que piensen y en consecuencia, actúen diferente, ponen en peligro el bienestar social y por ello deben responder ante la ley. El espectáculo doloroso de la feria dominical de Artemisa descrito al inicio de este comentario, no es un caso aislado. Y por desgracia, al parecer son más frecuentes las situaciones que clasifican como maltrato animal que la aplicación de sanciones ejemplarizantes contra aquellos enfermizos que cometen este tipo de delitos