Este 10 de diciembre la conmemoración del Día Internacional de los Derechos Humanos mueve juicios y análisis acerca de la Tierra, más que de los individuos y las comunidades. En 1948, la Asamblea General de las Naciones Unidas estableció por primera vez los derechos humanos que deben protegerse en el mundo entero con la proclamación de una declaración universal que permanece en la actualidad.
A 76 años del suceso se habla sobre ellos, se toman como bandera en decisiones políticas, el bien se multiplica o el oportunismo emerge para afianzar hegemonías.
Entonces, aquel proclamado conjunto de derechos y libertades para el disfrute de la vida humana en condiciones de plena dignidad, con la única condición de pertenecer al género humano; enciende en algunos el fuego genuino de buscar siempre la justicia y se usa por otros para practicar un juego psicológico, en función de muchas subjetividades e intenciones. Cabe preguntarse, ¿qué entiende la mayoría como derechos civiles y políticos, y cuáles como económicos o sociales?
¿De qué manera se definen los correspondientes a grupos de personas con intereses comunes? ¿Cuántos hemos consultado la declaración y qué términos resultarán ambiguos, que a la luz de las experiencias y las industrias culturales que mueven la opinión pública, tendrán lecturas de todos los colores?
El primerísimo de los principios anuncia que los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos, y dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros.
Aquí volveremos siempre a José Martí quien con su «Ley primera de la República como culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre», se adelantó a cualquier convención.
Y demasiado obrar precisa esta humanidad del siglo XXI, para que: «dotados como estamos de razón y conciencia, nos comportemos fraternalmente los unos con los otros».
Si así lo proclama en primer término una declaración definitiva, ¿por qué tomar a los derechos humanos como fundamento de divisiones, guerras, masacres y genocidios?
Recordemos que el límite de los derechos de unos encuentra frontera en la puerta de los derechos de otros. Todo lo que quiero como individuo no constituye derecho aunque el imaginario, así nos pueda llevar a interpretarlo. Velemos y cuidemos con celo nuestros derechos, busquemos en nombre de ellos el civismo sin margen a contemplaciones.
Que las reflexiones de este día, nos convoquen a pretender una cultura jurídica superior como contribución a una participación popular cada vez más necesaria. Pero busquemos esa cultura en fuentes de conocimiento validadas por la verdad, desde la indagación personal y real, no desde el eco del coro mediático.
Cada día más cultos para ser más libres, será otro precepto del más universal, que nos ilumine en el camino a la dignidad plena, esa que tendremos que lograr más tangible en medio de las urgencias y los retos. Trabajemos juntos por la base material de los derechos, está claro que el ser, precisa de la materia y la conciencia en paralelo, vivir dignamente trasciende el ideal.