Pescar se lleva aquí, afirma Yoeni Hardi Osorio y con el puño cerrado se toca el pecho. “Puedes hacerlo un día, para divertirte, pero la pesca y el mar son otra cosa; por eso llevo tantos años aquí, sin importar cuántos ciclones pasen”, explica el habitante de Guanímar.
Y aunque el joven Ismel Acuña Gil no lo exprese con las mismas raíces en sus palabras, me convida a seguirle: toma un bote y me lleva por el río hacia el mar, para que, entre ese olor distintivo de las costas, el mangle circundante, los pelícanos y cardúmenes de peces… contemple desde lejos una imagen única del poblado.
Puedo entenderlos a todos: están hechizados por una magia que dejaron entrar al corazón y, luego, por voluntad propia, no quieren que salga. Por supuesto, habrán de vivir con el amor y el peligro siempre juntos.
Julia y su gran amor
Rafael, Ida, la tormenta tropical Elsa… ¿quién podrá recordar cuántas veces han tenido que dejar sus casas para irse a un centro de evacuación? Ninguno logró decir un número. Hubo hasta quien se atrevió a quedarse la vez anterior y, después del susto, ahora se marchó sin chistar.
Unos 250 habitantes cobija la playa, mientras en el área urbanizada persisten 170 viviendas, gente muy fiel a ese pedazo de costa llamado Guanímar.
Julia Oceguera Prieto es una de ellas. Hace más de 30 años cambió la tierra roja de la cercana finca de su familia por la arena y el mar.

“Me gusta la playa y me gusta pescar”, explica justo antes de tomar un bote para pasarse dos o tres días en busca de sierras, biajaibas, roncos y cuanto consiga atrapar.
“Salimos de aquí a la una de la tarde. La trayectoria dura dos o tres horas. A eso de las cuatro y pico o las cinco, calamos los trasmallos (paños de red superpuestos) y nos vamos a la orilla. Hacemos la comida. Nos calentamos con carbón. Dormimos hasta las 2:30 de la madrugada, y entonces nos levantamos a revisar los trasmallos y sacar el pescado.
“Lo llevamos y nos acostamos de nuevo. Al rayar el Sol, recogemos los trasmallos y nos vamos a la orilla con más pescado. Preparamos el almuerzo y permanecemos todo el tiempo en la orilla. Por la tarde, volvemos a tirar los trasmallos. Esa es la vida del pescador”, dice con una frase grabada en el alma.

Rafael les ha entorpecido incluso la venta del pescado.
“Tenemos un contrato con Comercio. Pero, como no hay corriente, no le hemos podido entregar nada. Porque no tenemos hielo para quedarnos y conservarlo”.
Con Julia viven su hermano y su esposo.
“Mis tres hijos prefirieron la finca. Ni quieren que pesque. Yo tengo 64 años, pero a mí me gusta la pesquería”.
El amor entraña riesgos
“El huracán me llevó la fibra del frente y la de atrás. En el cuarto me llevó otras dos fibras del techo. Nosotros mismos lo arreglamos. Ya limpiamos todo y está acomodado”.
¿Y el mar?, le pregunto.
“Llegó hasta aquí (señala una altura por encima de su cabeza). Desde hace unos cuantos ciclones, aprendimos a encaramar los muebles allá arriba (muestra unos tablones como especie de barbacoa). Los subimos entre unos cuantos. Cuando hay un huracán nos ayudamos todos, a cargar el frío y cuanto haga falta.
“A mí no se me dañó nada: la mayor parte la llevé para la casa de mi hija, y la mesa la subí junto a otras cosas.
“Yo pasé los vientos en la finca. Aquí no se quedó nadie. Nos pusieron guaguas y camiones para sacarnos a todos. Muchachos de la Juventud fueron por las casas para avisarnos que nos iban a mover al otro día. Estábamos preparados para cuando vinieran.
“Hemos aprendido, porque el mar penetra con cualquier llenante o airecito del sur, y la calle se llena de agua. Mis hijos quieren que me vaya de aquí, pero yo me voy a sentir mal allá afuera.
“El Estado me ofreció una casa, a la salida de Alquízar en vuelta de Güira. Hasta me la enseñaron: muy confortable. Yo les dije que no la quería. Nosotros tenemos embarcación aquí, y no es lo mismo; vivimos de la pesca. Se la dieron a otros que la necesitaban más”.
A 21 días del paso del fenómeno meteorológico, Guanímar no disponía aún de servicio eléctrico.
“Antes del ciclón nos vendieron el arroz, el azúcar… y después del ciclón también, en la finca. Eso sí, aquí no hay transporte ni médico hace rato. Si te sube la presión hay que buscar a alguien que te saque afuera, para tomártela, porque no tenemos ni enfermera.
“Vino un módulo de detergente. Nos están trayendo el agua en pipas: tenemos toda la semana; la delegada la luchó. Y ya hoy (miércoles 27) viene la bodega para acá. Pero hay que esperar por la corriente”.
En Alquízar han proyectado la construcción de viviendas en la Zona de Desarrollo Mirtha 1, solo que el número de hogares terminados resulta muy reducido, a causa de la escasa disponibilidad de materiales de la construcción. Tampoco son muchos los cautivados por la idea de mudarse a sitios seguros y abandonar la playa.
Es más fuerte la magia del mar, del horizonte infinito, su olor poderoso y la tradición pesquera, aunque hayan de vivir por siempre entre el amor y el peligro.
