No es fácil encender el fuego en el interior de un deportista. Pero más difícil resulta impedir que la llama se debilite o se apague, cuando soplan vientos de tormenta. Conseguirlo distingue a un buen entrenador, como Rieldis Ortega Barrios, el compañero de fórmula de Yunier Fernández Izquierdo, campeón paralímpico de tenis de mesa.
Al conocimiento y la competencia técnica, el espíritu de actualización, la comunicación efectiva y escucha activa, la adaptación al atleta y a sus necesidades individuales, y la capacidad para motivar, une la inestimable virtud de querer a quien guía.
“Conozco a Yunier desde niño. Aunque es dos años mayor que yo, coincidimos en la escuela primaria e iniciamos juntos la práctica del tenis de mesa, bajo la tutela de los profes Martín Cabrera Arocha y Carlos Delgado. Años después, comenzó a estudiar Cultura Física.
“Un día llegué de pase del Servicio Militar, y alguien me dijo: ‘mi hermano, el flaco (como cariñosamente lo llamábamos) tuvo un accidente y quedo inválido’. Me dolió mucho. Cuando lo vi en su casa, no estuve ni cinco minutos a su lado; no soportaba verlo así, era muy duro”.
¿Qué sucedió después?
“En el año 2005, a mi compañero de trabajo Pedro Quintana, quien ya trabajaba con él, le llegó la misión a Venezuela y me pidió que continuara yo. Sin dudarlo, le contesté que sí, aunque al principio me costó un poco eso de entrenar a alguien en situación de discapacidad.
“¿Cómo decir que no, si era mi amigo de la infancia? Sin embargo, ninguno de los dos tenía experiencia en el deporte adaptado: él comenzaba a crear habilidades en la silla de ruedas y yo no dominaba esta modalidad.
“Escuchaba mucho a Pedro ya David Olarde, un entrenador de Villa Clara que para mí fue mi maestro. Fuimos dando pasos, y juntos empezamos a lograr cosas extraordinarias y a soñar en grande, primero con hacer equipo Cuba y luego con un resultado a nivel internacional”.
Pero antes hubo un revés tremendo en la Copa 4 de abril.
“Yo no estaba presente. Según he escuchado, fue su primera competencia en silla de ruedas, bien difícil para él, un cambio radical. No pudo ganar ni un partido.
“Entonces, a su carrera deportiva llegó Isbel Trujillo, integrante del equipo Cuba y capitán de la selección nacional de paratenis de mesa hasta 2008. Le dijo que no se rindiera, que iba a ser el mejor jugador no solo de Cuba sino también de América”.
Sí estuviste cuando quedó cerca del oro, una y otra vez, en los Juegos Parapanamericanos.
“Desde el año 2007, en los Parapanamericanos de Rio, he estado con Yunier en cada victoria y cada derrota, a veces desde la distancia, pues no viajaba con él; solo era segundo entrenador hasta 2021, en los Juegos Paralímpicos de Tokio, donde perdimos el pase al podio.
“Aquello dolió mucho, porque ponemos todo en cada preparación y soñábamos con una medalla. Pero ya Chile nos había dado el alegrón de disfrutar su segundo oro en Juegos Parapanamericanos. Luego hicimos realidad el sueño de convertirnos en los primeros campeones paralímpicos del tenis de mesa en Cuba”.
Y un día nació la idea de añadir una psicóloga al trabajo.
“Nos había faltado en muchas preparaciones. Solo en 2023 se nos acercó un psicólogo y nos demostró cuán necesario era ese trabajo, lo que más nos golpeaba en las grandes competencias. “En el chequeo de la preparación para Chile solicité ayuda psicológica, y llegó a nuestro equipo Anel Ruiz, nuestro complemento, nuestra loquera, como cariñosamente la llamamos, quien puso la paciencia y el enfoque en el juego de Yunier”.
¿Cómo definirías al deportista Yunier Fernández?
“Lo más grande: disciplina, constancia, voluntad, coraje… No me alcanzan las palabras para definirlo”.
¿Y al ser humano?
“Sencillo, humilde, de pueblo, familiar… y hombre, amigo, hermano, padre, esposo, hijo, pero sobre todo cubano, al 100%. Es mi ejemplo a seguir como ser humano”.
¿Qué marca ser su entrenador?
“Me enorgullece estar a su lado. Nunca lo he visto solo como atleta, ni él a mí solo como entrenador. Nuestra relación trasciende eso.
“Somos dos hermanos a los que no nos unen lazos de sangre, sino algo más fuerte: el cariño, el mismo sentimiento por el deporte, la pasión por cuanto hacemos. Yunier y su familia son la otra parte de la mía, la que no lleva la sangre pero se quiere igual.
“Más allá de competencias y entrenamientos, somos los más simples de los cubanos. Vivimos el día a día. Disfrutamos de la familia y los amigos. Hacemos cuentos en la esquina. Jugamos dominó. Tomamos ron y cerveza, y picamos lo que aparezca”.
Cuando pierde varios puntos seguidos, ¿qué le dices?
“Le digo: ‘Tranquilo, no ha pasado nada: vamos punto a punto; hasta el 11 no hemos perdido’. Pero cuando gana es una alegría tan grande que no se puede explicar. Se siente satisfacción, orgullo, agradecimiento…”
Tras 20 años de inspirar y a la vez transmitir paciencia, llegó París, y demostró que Rieldis Ortega era el guía adecuado para el sueño propuesto.
“París fue el sueño hecho realidad, ese que comenzamos a soñar desde Beijing. Fue un momento en la historia del deporte cubano del que se hablará quizás por mucho tiempo. Estamos felices de haber sido los protagonistas”.
¿Cuál es el nuevo sueño, ahora?
“El título mundial, el único que nos falta. Sería bonito llegar al final de nuestra carrera y haber ganado todo. Él se lo merece”.
¿Y cuál es tu mayor orgullo?
“Mi familia: mis hijos, mi esposa, mis padres y primos, que son mis hermanos… esa otra familia que hemos formado Yunier y yo. Ambas familias son una sola. Yo soy un hijo más en su casa, al igual que él en la mía. Y ser cubano, representar a mi país y ver la bandera en lo más alto del podio”.