La etapa de pandemia de Covid 19 fue una de las más duras que hemos sorteado en los últimos tiempos. Allí la cuestión, más allá de tener más o menos dinero, de tener más o menos comodidades, era no enfermar, para no contagiar a la familia, a los amigos, para sobrevivir.
Entonces los matemáticos se unieron a los científicos, a los médicos, y nos mostraron la urgencia de bajar aquella famosa curva de contagios. En halarla entre todos hacia los niveles más bajos nos iba la vida. Y más allá de cuán duro nos golpeó, lo logramos.
Aun con pérdidas irreparables de vidas, quienes estamos hoy en pie, sobrevivimos a una catástrofe de la humanidad entera, en parte porque nos unimos con un mismo fin, y hasta aprendimos a sacrificarnos en bien de los más necesitados, desde la Zona Roja incluso.
Hoy otra curva, mucho más fácil de bajar en mi opinión, reclama del esfuerzo de todos por un bien colectivo. La demanda energética ha elevado sus niveles hasta números que el estado actual del sistema electroenergético nacional no puede cubrir, ya sea por la situación de las termoeléctricas que utilizan crudo nacional, como por la sobreexplotación y falta de combustible importado para la generación distribuida.
La estrategia del país va encaminada a recuperar paulatinamente capacidades de generación y potenciar otras con el aprovechamiento de fuentes renovables como la luz solar, pero como toda estrategia de un país pobre y bloqueado, la solución puede tardar y en lo que llega, los molestos apagones borran la felicidad a muchos y complican a diario el escenario en hogares y centros de trabajo.
Hoy urge entonces extremar el ahorro, y no con el discurso ya gastado y frases que por cotidianas ya ni se interpretan. El Ahorra ahora, por tu familia, por Cuba, debe traducirse en acciones concretas, en alumbrados públicos que no solo sean eficientes sino que se apaguen en cuanto la luz solar nos bendice con su llegada.
Se traduce en la abuelita o la tía jubilada que aprovecha para cocinar fuera del horario pico; en el ventilador que elegimos antes que el aire, porque a fin de cuentas es mejor un ventilador que el apagón. Se ve en la luz que apagamos, en el arreglo eléctrico que hicimos en el trabajo o en el portal de la casa para que las luces enciendan independientes y no en serie.
Ahorrar significa incluso llegar a extremos, y pedirle a cada quien en su hogar que en el horario pico intente incluso desconectar su refrigerador algunas horas, a fin de cuentas un apagón lo dejará apagado muchas más. La idea es reducir al máximo esa demanda, al menos mientras el país no esté en condiciones de generar más.
Hoy no podemos aceptar esos negocios llenos de luces decorativas, que ciertamente lucen muy lindas, pero suman Megas a una generación limitada; como también lo hacen los televisores en las cafeterías y restaurantes, a donde las personas van a consumir y no a ver televisión.
Reducir la demanda y distanciar la frecuencia de los molestos cortes de energía, puede revertirse también en menos horas de carga para todos aquellos aparatos recargables que hemos adquirido en los hogares, pues vale apuntar que cuando se pone el servicio, luego de cinco o más horas sin electricidad, se genera un sobreconsumo que ya muchos de nuestros transformadores no pueden asumir y entonces se junta el apagón con la avería, lo cual añade malestares y genera otro grupo de gastos difíciles de asumir en las condiciones actuales.
Igual resta repensar desde las Empresas Eléctricas provinciales la programación de cortes, las rotaciones de bloques y los circuitos que incluyen, porque no puede pasar que se apaguen en horarios contrarios el circuito de un pueblo y el de la fuente de abasto de agua, por solo citar algunos de los inconvenientes que han sucedido y que se resuelven fácilmente con poner lógica y sensibilidad en la misma cuerda.
La decisión hoy ha sido, entre tanta carencia, proteger al sector residencial, pero no podemos desde los hogares generar tanto gasto, al punto de tener que apagar una fábrica o limitar la prestación de servicios de todo tipo, porque un país también necesita tener todos sus centros de trabajo abiertos, disponibles para quien lo necesite, en especial bancos y oficinas de trámites.
Tras el punto final de estas líneas una situación excepcional llegó para añadir más inconvenientes al asunto. La desconexión total del sistema electroenergético nacional dejó por horas apagado el país, y la recuperación ha sido paulatina y no exenta de complicaciones. En medio de tanta oscuridad, escuchar entonces de historias de solidaridad para dar carga a baterías, compartir el agua o ceder espacio en refrigeradores para evitar que los pocos alimentos se echaran a perder, fue prácticamente la única luz.
Si hemos sido capaces entonces de protagonizar estas historias en medio de la oscuridad, entonces podemos hacer que la luz que ya algunos tienen sea más estable, duradera, y pueda repartirse para todos. Los cortes de energía generan un efecto bumerang que nos atrasa en todos los frentes. Ahorrar no es entonces un capricho ni el lema de algún directivo. Ahorrar con coherencia, sin llegar tampoco a extremos, puede, por lo pronto, ayudarnos a bajar la creciente curva de la demanda que nos condena a diario a padecer tantas horas sin servicio eléctrico.
