Ella, Ángela Figueroa Pérez, una mujer que sobrepasa los sesentas abriles, con la huella de la frialdad de las noches con luna llena, de los días húmedos sin alimentos, de la dureza de estar lejos de los suyos.¡Lejos, y muchas veces tan cerca!
Él, Miguel Ángel Bornot Viltres, santiaguero que conoce de las calles de La Habana, Ciego de Ávila, Camagüey…, pues en todas ellas ha habitado, y aunque muchas veces ante el intento de volver a empezar se le tuerce el camino, esta vez sí percibe como definitiva la gloria.
Ambos, seducidos por el abrigo que significa la institución religiosa Cabildo Quisicuaba, llegaron un día a su comedor social y gigante, en predios habaneros. Poco después de estar medio curados, fueron de los primeros diez habitantes de calle que inauguraron el campamento de Vida Asistida, en San Antonio de los Baños, donde radica la Finca Integral.

“Yo era la única mujer, y él siempre me ayudaba en todo, pues mi falta de visión me impide andar más ligera. Era muy cariñoso, atento, agradable. Me ocupaba el tiempo libre, hasta que nos fuimos compenetrando más y más”.
“Al parecer muchos avistaban este acercamiento, y un día el Doctor Enrique Alemán, a quien principalmente le agradecemos esta nueva vida, nos habló de casamiento, de formar un matrimonio, de tener nuestro nido de amor”.
Mientras ella cuenta con detalles, él no deja de mirar y sonreír ante sus expresiones cálidas, pues encontrar casa y amor, no eran los planes más inmediatos para quienes intentaron por muchos años sobrevivir al día a día.
“¡Y hubo boda, tal como merecen los novios! Imposible describir ese momento de sentimientos encontrados. Era mi segundo matrimonio; del primero tengo una hija de 38 años, que está casada y vive en La Habana”, cuenta Ángela, con suficiente mezcla de nostalgia y también orgullo.
Su Miguel Ángel también tuvo una experiencia anterior. Por Ciego de Ávila se casó, y estuvieron juntos hasta enviudar, causa principal de volver a la calle en compañía del alcohol, pues, aunque dedicó varios años a oficios en los ferrocarriles y en estos se resguardaba del frío o la lluvia, al no tener ni el nivel primario cursado, perdió la posibilidad de un empleo formal.
Nos dice que le resta de aquel amor la comunicación con los hijos de ella, quienes le llaman desde el exterior, y se contentan de su nueva vida, asegura él.
El nido de amor
“Pensar la existencia entre dos, compartir la cama y el baño, ver la televisión juntos y andar de la mano, subir cada escalón de la otrora escuela en el campo ariguanabense, hasta el tercer piso, con un lazarillo que me ayuda y motiva, son privilegios que no pensé repetir a esta edad”, expresa Ángela.
Ellos, por ser los primeros, incluso los únicos matrimoniados, tienen su cuartico independiente, de medidas a tono con sus intereses, donde cuelgan sus trajes de lujo para las ocasiones especiales.

Ese cubículo que limpian y adornan a su antojo, con un ritual listo para venerar a su santico, donde se reservan los ronquidos de uno y otro, y hasta es ideal para volver a soñar.
En Quisicuaba no están cruzados de brazos, la limpieza del comedor, el atender a algunas de las visitas, darles agua, café o alguna merienda, clasifica entre las labores de la pareja, pero nadie se las impone; lo hacen con la voluntad de sentirse útiles.
Ángela y Miguel Ángel tienen mucho por hacer juntos, hay planes inmediatos como ver la novela turca en el área común de los convivientes, y otros a largo plazo que precisan de pasaportes para llegar al lugar de origen de ella, donde convive su otra familia; mientras él habla de ver a alguno de sus cuatro hermanos en Santiago de Cuba, de los cuales nada sabe.
Lo única certeza es que a Quisicuaba siempre volverán, pues aquí, entre tantos desconocidos, encontraron más que al amor, a una familia capaz de olvidarse de las manchas del sol y ver solo la luz, esa que piden nunca más les abandone, para andar por la vida como dos ángeles, siempre de la mano.
Un proyecto lleno de vida a los más necesitados , obra de la revolución , gracias por darle tanto amor , felicidades al proyecto Quisicuaba