Matizada por una variedad geográfica peculiar, Artemisa constituye un territorio dotado de grandes contrastes. A las llanuras rojas y fértiles, se unen bahías y pueblos ultramarinos y, por si fuera poco, la exuberante vegetación de la Sierra del Rosario.
La asunción de las localidades pinareñas San Cristóbal, Candelaria y Bahía Honda, en 2011, diversificó el homogéneo relieve llano de la extinta Habana. En sus serranías habitan unas 10 000 personas que disfrutan de las bondades de la vida en las lomas y también sobrellevan las limitaciones derivadas de esa condición.
Precisamente con el propósito de lograr un desarrollo integral sostenible de las zonas montañosas y de difícil acceso, surgió en 1987, el Programa de Atención al Desarrollo Integral de las Regiones Montañosas, más conocido como Plan Turquino, en alusión al punto más elevado de Cuba.
Las lomas de los tres municipios anteriores -unos 640 kilómetros cuadrados- constituyen el Plan Turquino artemiseño, el 17 % del área total de la provincia.
Este 2 de junio, cuando se cumplen 37 años de su fundación, mucho pudiera escribirse de cuánto se ha avanzado en el objetivo inicial y cuánto falta aún por hacer.
Particularmente en las serranías artemiseñas, resaltan los positivos indicadores de Salud alcanzados en el Programa Materno-Infantil durante ocho años consecutivos, la electrificación de todas las viviendas, los altos niveles de cobertura telefónica tanto fija como móvil y la eliminación de la mayoría de las casas con piso de tierra.
Las mayores dificultades para quienes habitan las montañas en nuestra provincia hoy, están relacionadas con el escasísimo servicio de transportación de pasajeros y el mal estado de los caminos, algunos prácticamente intransitables. Aunque los problemas con el traslado de personas afectan de manera general a toda la población debido a la situación económica del país, el panorama resulta aún más complejo para los montañeses por tratarse de lugares alejados hacia los cuales es mucho menos frecuente el tránsito de vehículos.
El arrendamiento de ómnibus estatales destinados a ese fin por cooperativas campesinas propias de la zona, que pueden asumir los gastos de la actividad, constituye una alternativa para mantener su vitalidad; sin embargo, en la práctica ocurren violaciones de horarios, rutas y precios que hacen dudar de la efectividad real de esa variante.
La mayoría de la población serrana queda a expensas de los “riquimbilis”, opción que alivia en buena medida la transportación de personas, pero cuyos precios desgarran los bolsillos de los pasajeros.
A ello se suma el mal estado de algunos tramos de carreteras y en general, de todos los caminos. En algunos sitios, ante la imposibilidad del traslado de los productos de la canasta básica en vehículos automotores como habitualmente se realizaba, han vuelto a los mulos por lo abrupto del sendero.
Mucho resta por hacer en la agricultura, como la recuperación de las áreas destinadas al cultivo del café y el incremento en otras producciones agropecuarias.
Existe una Comisión Provincial de Atención al Plan Turquino compuesta por representantes de todos los organismos e instituciones. Una estructura similar opera a instancia municipal, en San Cristóbal, Bahía Honda y Candelaria.
Más protagonismo, influencia real en el terreno, se requiere de esos grupos de trabajo para transformar las realidades que hacen aún más difícil la vida en las serranías y detener la despoblación gradual manifestada en las últimas décadas.
Esas montañas, colmadas de historia y belleza natural, atesoran parte de nuestra identidad cultural y poseen un peso significativo en el sector primario de la economía.