Confieso que vivir en una ciudad limpia, con parques infantiles funcionales, y los de estar, con “bancos de verdad” para sentarse y respirar aire puro, bajo frondosos árboles, constituye un sueño de antaño. Y un sueño cada vez más hipotecado dada la indisciplina de unos, la quietud de otros y la autocomplacencia de muchos.
La cifra que eroga el estado cubano en la cabecera de Artemisa, para que, entre otras misiones, parte de ese sueño sea realidad, literalmente me alarmó. ¡32 millones de pesos!
Claro, de cierta forma hay lugares limpios en mi pueblo, sin ser extremista ni tan perfeccionista. Varios bancos aún conservan alguna que otra tablilla, al menos los del Parque Libertad, el más central de los artemiseños, mientras sus árboles se recuperan de aquella poda indiscriminada que los dejó casi sin hojas y con pocas ramas, hace un buen tiempo.
Los 32 millones los gestiona la Asamblea Municipal del Poder Popular, y no solo los destina a la recogida de desechos, que según Euler Velázquez Cantillo, su presidente, está a cargo de nuevas formas de gestión y de la empresa de Comunales; sino que también ahí se incluyen el barrido de arterias principales (unos 60 000 metros de calle contratados) y los servicios de funeraria y cementerio, argumentó el joven abogado, quien además, es diputado al Parlamento cubano.
Para tranquilidad de los artemiseños los delegados y presidentes de los consejos populares están en la pelea, tampoco todos (coincido contigo que me lees); ese presupuesto está dividido en circunscripciones urbanas y rurales, e igualmente fraccionado en los 12 meses del año, aunque no a partes iguales, por lógica.
No obstante, sin diferenciar, ¿quién recoge los desechos?, Artemisa —a 13 años de su primer día como cabecera de una provincia, lo cual le impone retos medio capitalinos a su gente— no se vislumbra como un municipio limpio.
Lo aseguro con total responsabilidad, aunque considero que esa afirmación, no califica en su totalidad a los servicios comunales, más bien describe a muchos artemiseños, quienes impunemente sin importar días ni horarios, vuelcan en su misma esquina, toda la «basura que llevan dentro».
Reciclar desechos constituye un negocio redondo en cualquier sitio del orbe. ¿Por qué no apostar por un proyecto en uno de nuestros barrios, para entre tanto, generar ingresos al “tratar” la basura de manera diferente y así invertir menos?
¿Qué tal si, en saludo a los 15 años de la provincia en enero de 2027, surge un movimiento que nos devuelva aquella estima ganada antaño, el Jardín de Cuba?
Un círculo de interés, que cada vez son menos, podría reunir a alumnos de primaria: Dos ejemplos: Ramón Mordoche, en el Consejo Toledo, o Carlos Rodríguez Careaga, en Centro.
En ambos centros educacionales, algunos vecinos afean los alrededores con todo tipo de desechos, o permiten que otros intervengan con su actitud despiadada. Actúan sin cordura, sin control, sin la persuasión de nadie, sin el dedo que los marque o la sanción que los eduque.
Pudieran ser los niños, los mismos pioneros desinhibidos, dispuestos al «Tun Tun» cuando hay proceso de elecciones o para promocionar el ahorro energético, quienes intercambien acerca de la limpieza del entorno, la cultura de reciclaje, los beneficios para la naturaleza…
Pudieran junto a maestros, y hasta delegados, buscar consenso con la Mipyme o la brigada de Comunales, y coincidir en días y horarios para sacar la basura hogareña. Pudieran incluso convocar a los centros laborales cercanos, a los militantes, a las organizaciones de masas… ¿Es o no el barrio, los que nos une?
Ese equipo de guardianes naturales pudiera localizar un espacio común para diferenciar los desechos, algunos se degradan, otros son reciclables, y los vínculos con la Empresa de Materias Primas, entrarían en equilibrio.
Una foto antes y otra después. Un reconocimiento por las esquinas de Artemisa que cambien; un paisaje más acogedor, un grupo de muchachos siendo útiles, un delegado haciendo más por su circunscripción, un maestro dando la mejor clase de cualquier asignatura, un colectivo de vecinos más sensibles, un aniversario quinceañero que desde ya tiene retos; un proyecto que ingresa por la venta de materias primas, federadas y cederistas en acción. Todo significa ganancias; salvo, que de lograrlo, habría algo de ahorro de los 32 millones.
Claro, ya sé que habrá muchos en contra por causas obvias, pues recoger basura es un negocio en ciudades tan sucias como Artemisa; sin embargo, ojalá haya solo alguien a favor de no empeñar tantos miles que pudieran «alumbrarnos» otros caminos.
No solo en casa, también en el municipio y la provincia, mutilar gastos como estos, invertir la parábola común en cuestión de recogida de desechos, entre finanzas y precios, debe ser una meta.