Pensar en la toma de conciencia sobre la vejez trae al caso tantos rostros y vidas, tantas preguntas y momentos. Como profesionales de la comunicación buscamos, con frecuencia, respuestas de personas experimentadas, ante el paso del tiempo y los retos que impone la existencia en los vaivenes del sentir.
Se nos juntan historias que muchas veces quedan en el tintero, entre conversaciones informales y entrevistas extensas que debimos editar con el fin de la síntesis.
En una casa de abuelos les preguntaba a ellos sobre la ansiedad un día de estos, sobre los mayores retos a la tercera edad. Allí estaba, por ejemplo, la doctora Lázara Insua Grillo, la primera mujer médica legal en Cuba, diciéndonos que la depresión le afecta más que la asiedad. Tan optimista ella en otras circunstancias, capaz de aclarar con toda su energía que el médico legal sustenta el 70 por ciento de su actividad, en el trabajo con personas vivas, al contrario de lo que comúnmente se piensa.
El artista y psicólogo Eumelio Calzada Valverdi ofrecía su opinión, pero antes nos pidió que se le trate como un abuelo más, porque ahora mismo no cree fungir como profesional de la psicología. Probablemente por humildad o quién sabe si por desencuentros con sus nostalgias.
Vale preguntarse cuánto merecen los seres humanos seguir siendo y estando, desde las tantas circunstancias y escenarios donde fueron útiles y buenos. Ellos son miles y miles, su condición va más allá del dato demográfico.
Puedo estar hablando de Isabel, quien dedicó más de 50 años a mantener las calles limpias, o de Roberto con su guarapera manual haciendo vivir el legado de su padre.
Será Felipón, cercano a los 90 cultivando la tierra; Miriam con un debut tardío en la literatura, pero balsámico; Manuel enseñando el modelado de una escultura o el esposo que cuidaba a su amada enferma de Alzheimer, porque él sí recuerda quién era ella y todo cuanto le ha dado y le ha alegrado la vida.
Y estarán algunos con menos dicha. Nombres y seres que pueden adelantarnos hoy, lo que seremos mañana.
¿Cuánto les debemos todavía a nuestros ancianos en materia de protección? Los que convivimos con ellos, quienes trabajamos, los que hemos visto humedecer sus ojos o transformar el acto más simple en júbilo y éxtasis.
¿Hacemos lo suficiente por mejorar su salud y bienestar?
El envejecimiento ha sido identificado como todas las modificaciones morfológicas, fisiológicas, bioquímicas y psicológicas que aparecen como consecuencia de la acción del tiempo sobre los seres vivos. En la época actual, con el mejoramiento de la calidad de vida de muchos países y de los progresos científicos logrados por la medicina, se ha producido un aumento de la esperanza de vida
El número de personas que en el mundo rebasa la edad de 60 años, aumentó a 700 millones en la década de los años 90 del siglo XX y para el año 2025 se estima que existirán unos 1 200 millones de ancianos.
En países como Cuba han surgido nuevas especialidades de Salud Pública para enfocar más racionalmente el manejo de las personas de avanzada edad y sobre todo el anciano enfermo.
La Geriatría y los cuidados paliativos se dan la mano en este objetivo de mejorar el bienestar de los enfermos, pero la mirada a la antención del anciano no puede ser solo asistencial, hay que asumir de una vez, el envejecimiento activo con un tratamiento integral.
Es bien conocido que cuando el adulto mayor tiene satisfechas todas sus necesidades y las relaciones interpersonales y familiares se desarrollan en armonía, son factores de especial trascendencia en su calidad de vida.
Según investigaciones científicas del policlínico Camilo Cienfuegos, de San Cristóbal:
“en el adulto mayor se mide la salud en términos de función y no de patología. La capacidad funcional es la que define la buena salud y el envejecimiento satisfactorio en la tercera edad”.
Es un hecho que tenemos una población envejecida y que esa tendencia va en ascenso. En este grupo etario pueden estar nuestros padres, abuelos, gente que ha formado parte de lo que somos o simplemente son miembros de nuestra sociedad. Hagámosle la marcha más llevadera, acerquémosle cuando menos, algo de amor.
Cuán doloroso resulta encontrar un anciano sucio, abandonado a su suerte, o deambulando sin rumbo, con la mirada perdida sin esperanza de encontrar amparo; podría cualquiera preguntarse a quién enseñó a leer, si tuvo hijos, amigos, o si pasó silencioso por la vida, pero también tiene derecho a vivirla dignamente. Hagamos lo justo por entender y responder a las necesidades espirituales y materiales de nuestros ancianos.
Todos queremos escalar victoriosos la montaña de la existencia humana, premiemos de la mejor manera a aquellos que lo logran, llevando como máxima que los hombres no dejan de soñar cuando envejecen, sino que envejecen cuando dejan de soñar.