Unos cuatro millones de pesos apostó San Cristóbal para desplegar, en diez años, un módulo pecuario, a solo dos kilómetros de su premontaña. Este se revierte ya en precios y productos de aceptada demanda para sus coterráneos
Solo 1 588 millas separan a México de Cuba, poco más o menos debe ser la distancia entre la hacienda La Montalveña, en la novela Destilando amor (en adaptación de la colombiana Café, con aroma de mujer), y la finca que desde noviembre de 2022, y a raíz de un Proyecto de Desarrollo Local (PDL), asume igual nombre en la carretera a Niceto Pérez, municipio artemiseño de San Cristóbal.
Pudieran ser el amor, el trabajo, los sueños, la pasión… las mayores similitudes de ambas tierras, pero en esta -casi pegaditas a la loma— no les mueve el empeño de producir tequila tras sembradíos. Aquí son mucho más avariciosos los planes familiares, de ahí el despertar entre conejos, codornices, cerdos, aguacates, mango, café, plátano; entre mucho sudor y constancia.
“Ser guajiro fue tal vez lo primero que aprendí en mi vida”, me dice con el carácter peculiar de quien perdió su nombre de identidad, Osmiel Tejeda Pérez, para ser sencillamente Piro, por aquellos lares y un poco más allá. Tanto de jovial como de emprendedor llevan esas cuatro letras, y para asegurarlo bastó recorrer aquel sitio junto a su paso agitado.
“Tenía más de 500 000 plantaciones de piña —sabrosas por cierto—, pero sin abono ni herbicidas, sin urea… además con los embates de dos eventos climatológicos: Gustav y Ike, los rendimientos llegaron a ser mínimos; entonces escuché un día al General de Ejército Raúl Castro decir que cada guajiro debía tener su propio módulo pecuario, aunque sea para dar de comer a la familia.
“Junté unas gallinas y algún cerdo. Sembré alguito más en mi pedacito perteneciente a la Unidad Básica de Producción Cooperativa La Victoria. Con el tiempo veía el progreso, claro, la idea de José Martí de que si el hombre sirve la tierra también se me repite una y otra vez. Así crecieron mis ansias de contar con un Módulo Pecuario, que haya que llamarlo de Usted”.
“Yo sí soy finquero”
“Ahora me inspira —en estas 9,1 hectáreas— un Proyecto de Desarrollo, y no puedo dejar de decirle el otro apellido, pues San Cristóbal es mi pensamiento primero, Proyecto de Desarrollo Local; claro, también quisiera llevar comida a otros municipios, ¡y si puedo exportar mis bienes!, bueno, sería lo ideal, tendría garantizado mucho de lo que necesito comprar con esos ingresos en “moneda dura”, ya que la economía anda algo retorcida.
Crea que a Piro se le ilumina el rostro al mirar a su alrededor. “Yo sí soy finquero”, me dice tras esa pasión por expandir sus deseos. Nada le ha sido fácil, ni siquiera cortar una y otra palma para bordear de tablas sus pretensiones.
Ha hecho camino al andar entre marabú y otras molestas hierbas malas para ver erguidas las 2 500 matas de mango, unas 200 de coco, más o menos 1 000 de café, 20 000 de piña; incluso, en aquellas tierras cosecha tomate, naranja, boniato, yuca, frutabomba, mamey…
Ya sabe de levantar cuartones para proteger sus crías: unas 1 500 codornices, casi 500 gallinas, que armonizan con un centenar de chivos, además de carneros, e igual número de guineos, una cifra aproximada de 80 conejos actualmente, pues ha criado hasta 200, (que vende regularmente en ferias), y también adornan el módulo una veintena de pavos.

Allí, el proceso productivo quiere cerrarse por completo, por eso, la ciencia de ser finquero le hizo crear una rústica incubadora, con tres parrillas donde más de 300 huevos de codornices esperaban por los 17 días necesarios para ver la luz.
“Y así, ya la gente de aquel lugar no tendrá que viajar hasta San Antonio de los Baños para comprar pie de cría”, asegura Piro, quien nos enseña cómo remover con delicadeza y astucia el producto bajo calor constante, “igual que lo hiciera una gallina con sus huevos”, nos dice.

La ciencia de ser finquero le hizo crear una rústica incubadora
También una gran nave, con una minúscula máquina para procesar pulpas es parte de la finca, “ya tendremos mejor equipamiento; mientras cerramos el ciclo de algunas cosechas como mango y tomate. Ah, también procesamos algún queso, y en los sueños de La Montalveña están el ordeño de chivas de manera mecanizada, una cámara de frío, incluirnos en el Turismo ecológico, o ser parte de otros programas de la Universidad”.
Sabe el finquero cómo iluminar el lomerío que cobra vida con sus animales; sabe de buscar agua debajo de la tierra para saciar ese deseo innato de tantos seres vivos, y sabe de igual forma cómo esquivar ladrones. Piro junta tantas fuerzas para que nunca la perseverancia le abandone.
A él se une la familia de sangre y oficio. Su esposa Leydis es de los mayores sostenes, pues el PDL lleva también un papeleo increíble para que todo ande en regla con el presupuesto asignado y la conciliación de cuentas; a Fidel Tejeda, su papá, se le ve de sombrero de guano y camisas de trabajo todo el día.
Allí están a pie de surco o donde hagan falta las manos de Manuel Alejandro, el sobrino y de Osdiel, su otro hermano; se unen las de Raúl, un caminonero que llegó asignado para el proyecto y ser útil ha sido su mayor empeño. Todos dominados —a ciertas horas— por la sazón de Gladys Ávila, parte imprescindible de La Montalveña, donde otros nombres también forman parte de los amaneceres.


En La Montalveña se trabaja en equipo
Cada fin de semana Piro va a la feria de San Cristóbal, y ya la gente sabe que con él los precios se acomodan mejor a los tiempos, “los sesentas cartones de huevos, como promedio, son como merengue en un colegio”, dice y sonríe.
“Hay una abuela que siempre me espera para su latica de café, pues no hay abuso al bolsillo ajeno”. A veces lleva conejos, en otras ocasiones productos en conservas de su minindustria artesanal, también el camión de Raúl traslada de ese lomerío a la ciudad mango, aguacate, tomate, coco, plátano, y hasta cerdos al destete se le ha visto comercializar. “Todo se vende, y de primero”, aclara.
Entre proyectos y desatinos locales
El municipio de San Cristóbal tiene en avance diez PDL. En 2021 aprobaron el primero de corte económico –productivo, al año siguiente otros cuatro con igual perfil, entre los cuales surge La Montalveña de Piro; en 2023 cinco vieron la luz; solo uno, Aikiterapia, encamina sus pasos a lo social, como estilo de vida para el bienestar del adulto mayor, el resto se enfoca a favor de la producción.
Milagros Caridad Blen Flores, especialista al frente de la Estrategia de Desarrollo Local en el municipio, explicó que el camino para concretar cada PDL ha afrontado dificultades. En 2023 se aprobó un presupuesto inicial de más de nueve millones de pesos, y al cierre solo se había ejecutado un millón 79 000 pesos, debido a la poca fundamentación de los proyectos y la informalidad al presentar propuestas al Consejo de la Administración.
Para el año en curso se solicitaron unos siete millones, que no tendrán respuestas hasta el mes de marzo, aclara; sin embargo, habrá que sentar las bases necesarias, uno a uno en la misma mesa del control y la exigencia.
Sin duda alguna, sistematizar esa oportunidad mejoraría mucho la vida de los vecinos, sobre todo porque priorizan la producción de alimentos, pero los desatinos en la ejecución del presupuesto van en contra de la naturaleza del propio calificativo de desarrollo local.
¿Pudiera ser esta finca un ejemplo a distinguir como proyecto? Un día y otro dan la razón al andar en constante movimiento. En La Montalveña se unen para hacer, y no tequila el producto líder. Tal vez, alguna gaviota ande cerca pero no se posa, no es protagonista de la historia.
Piro, el joven de unos cuarenta años, “escribe cada capítulo”, tal como aquella novela, inspirado en los sueños que hace realidad con los pies en la tierra. Piro, anda por donde no hay camino y deja al menos un mejor sendero. (Por Yudaisis Moreno Benítez y Yemmi Valdés Ramos)