Nena, una amiga residente en el municipio de San Cristóbal, comentaba hace poco que ha tenido oportunidad de viajar y conocer varios países, por razones familiares y de negocios y que bien pudiera residir de forma permanente fuera de Cuba, sin que esto le implique gasto alguno.
“Prefiero quedarme aquí, aun sabiendo de las dificultades de todos los días. Porque faltan mil cosas, sin embargo me sobra la tranquilidad y tengo las atenciones de amigos y de mis hermanos. Eso lo aprecio más que cualquier beneficio o comodidad fuera de mi país”.
Teniendo en cuenta la difícil situación económica por la que atraviesa Cuba y la explosión del fenómeno migratorio de los últimos meses – causante de la separación familiar – no es extraño que a muchos le parezca anacrónico y hasta ridículo un comentario como el de mi amiga.
Pero también a muchos nos parece honroso, justo y posible que a pesar de las dificultades prevalezca la voluntad de permanecer y seguir viviendo aquí. Por encima de carencias, de precios abusivos, de apagones, retraso y fractura en la distribución de la canasta básica y hasta de discrepancias con medidas y métodos de dirección; predomina el sentido común, la comprensión, el apego a la familia, la esperanza de que momentos mejores están por llegar y el optimismo que será más temprano que tarde.
No es un optimismo aferrado a falsas expectativas. Este es un pueblo con suficientes conocimientos y cultura política, conocedor de sus potencialidades y de la voluntad de su gobierno para sobrepasar los efectos del bloqueo y de nuestras propias incompetencias y subjetividades, emergiendo ganadores hasta de los lances más complicados.
Es cierto. Los problemas hoy son grandes en sectores claves. Basta solo abundar en dos de los más representativos: Salud Pública y Educación. Escasean los medicinas y equipamientos médicos, se deteriora la infraestructura constructiva en policlínicos, hospitales y escuelas, tardan las impresiones y la llegada de libros y libretas a las instituciones, no les alcanzan los salarios a los médicos, ni a los maestros, entre otras dificultades.
De tantos argumentos que hemos dado en 65 años, a estas alturas debía resultar innecesaria la comparación respecto a lo que sucedía con estos mismos sectores antes de 1959. El abandono y las desigualdades eran tan aberrantes y visibles que las diferencias a favor de la Revolución son aplastantes.
Mas, no es ocioso recordar a los desmemoriados que, sin desconocer errores y encrucijadas, los servicios de salud y educación continúan siendo gratuitos, no se cierran escuelas, ni hospitales, no hay médicos, ni maestros sin empleo.
Se garantizan al cien por ciento los servicios de hemodiálisis con transportación incluida, se prioriza el tratamiento de los niños con cáncer, y los escolares de la Educación Especial pueden participar en olimpiadas deportivas internacionales y no por gusto la Unesco y la Organización Mundial de la Salud reconocen que en esta materias somos aventajados en el mundo.
Igualmente válido es reconocer que en medio de tantos problemas por resolver, un elevado porciento del presupuesto estatal asignado para el año 2024 le corresponde al binomio Salud y Educación. Me atrevo a afirmar que un empeño gubernamental como este no tiene paralelos en otras latitudes. Sin embargo, lo que resulta más admirable es la capacidad de los cubanos, para adaptarnos y crecer en medio de tantas dificultades.
La conjunción de inteligencia, iniciativa, emprendimiento, solidaridad, sentido del humor y sensibilidad, nos permite convivir con tantos problemas y tratar de resolverlos sin renunciar a lo que somos ni renegar del lugar donde vivimos.
Nos distingue la capacidad de enfrentar los “aprietos” cotidianos sin conformidad, echando de menos a los que no están y alegrándonos de lo bueno que le sucede al vecino y Puede faltar el azúcar y la corriente, pero no dejamos de estar en los momentos difíciles acompañando al familiar o al amigo.
Termino con otro comentario y lo hago mío. En este caso, el de Roberto, combatiente de la Revolución cubana: “En enero de 1959, cuando viajábamos en camiones a Cabañas, Bahía Honda y Pinar del Río para tomar los cuarteles de la tiranía, yo vi por primera vez en el rostro de la gente del pueblo, una mezcla de alegría por lo malo que terminaba y de esperanza por lo bueno que vendría. Me sobran razones para nunca renunciar a ese recuerdo ni a este pueblo. Mi país, es eterna alegría y esperanza”.