Ella no lo sabe, pero tiene mucha suerte. La dicha de recibir educación independientemente de su condición económica, género, origen étnico o discapacidad intelectual. Ella no lo sabe, pero en el mundo, a otras niñas aún se les niega ese derecho. En cambio, Alina, a sus seis años, escribe lenta y cuidadosamente su historia. Con esfuerzo lee cada frase hallada en el camino y, aunque a veces usa sus pequeños deditos, es capaz de dominar cuentas muy básicas.
Ella quizás no alcanza a comprender el porqué sus padres se sienten tan afortunados; pues si bien es una colegiala dichosa, tiene la suerte de aprender con los mejores. Los logros conquistados por el Estado cubano en materia de educación llevan en sí la huella de cada “evangelio vivo” que tuvo el valor de tomar la mano, abrir la mente y llegar al corazón de sus pupilos.
Desde el primer día que cruzaron el umbral de la escuela, comenzó un viaje inolvidable. Un viaje en el que sus maestros devinieron guía para el crecimiento con un impacto perpetuo en sus vidas; porque cada maestro es no solo un instructor, también es faro de inspiración, paciencia y sabiduría. Luz en el camino por muchos, muchos años.
¡Cómo olvidar la voz amable de la maestra de primer grado!, cuyo entusiasmo por enseñar se ensancha con cada logro. No importa si es grande o pequeño. En esas primeras lecciones vivirán siempre las alas para volar en este mundo, donde el conocimiento es vital para obrar bien.
Así, cuando arriben a niveles superiores de enseñanza, tal vez un profesor de ciencias descubra ante sus ojos un universo de saberes. Invitándolos a desafiar, cuestionar, explorar y descubrir el mundo detrás de cada experimento o ecuación. Y cuando pase el tiempo, será el primero en encender la pasión por la profesión que otros aman.
O tal vez no. Llegará más hondo aquel profesor de Literatura, capaz de conducir los laberintos de la poesía y la prosa. Nunca antes, cada palabra compartida resonó con más fuerza en el silencio del aula, inflamando la imaginación y despertando en los pupilos el amor por la belleza de las letras.
Cada maestro, a su manera, dejará una semilla de curiosidad, disciplina, respeto y perseverancia.
Por ello, todos los días son buenos para honrarlos. Los mejores serán aquellos cuya labor no se limitó a enseñar asignaturas, sino a ser perfectos guías en el camino a la adultez, tal como moldea la arcilla un artista que busca esculpir su mejor obra.
No en balde alguien en su honor dijo: “Cuando en el mundo quede un último reducto de optimismo, ahí estarán los maestros, porque son los que trabajan con el alma de los demás, con sus corazones, con sus valores”, y en su frase alzó una verdad como un puño.