Con septiembre inicia cada año un nuevo curso escolar. A los centros educativos van los niños a aprender de letras y números sobre todo, aun cuando el colectivo laboral se empeñe también en que la educación vaya más allá y abarque elementos de educación formal y cívica.
En la escuela pueden también apropiarse de elementos que le harán ser un mejor ser social, desde dar los buenos días hasta el comportamiento en la mesa. Y si tienen el claustro completo hasta de música, cocina, baile, carpintería y electricidad aprenderán a lo largo de su vida escolar.
Pero hay otra escuela esencial en la vida de un ser humano que es decisiva: el hogar. Si allí todo funciona, poco o ningún trabajo pasarán los maestros para sacar lo mejor de cada personita que ocupe un lugar en sus aulas.
Si en cambio las cosas no fluyen bien, poco o nada podrá hacer el maestro común, salvo que tenga la magia y dedicación de Amalia, las maestra de Calendario, que también fue rescatada por una antigua profesora y decidió emprender el camino de ser, más que educadora, amiga, consejera y salvadora de sus alumnos, sobre todo de aquellos con un hogar disfuncional.
Saco el tema a propósito de mi casi estreno como madre de un niño en las primeras etapas de escolaridad, que ha debido presenciar ya como en un matutino los padres presentes hablaban tanto, al punto de casi no poder escuchar a los pequeños que vanamente se esforzaban por que sus cantos y poesías llenaran de magia el encuentro.
Me ha tocado también la triste escena de una reunión de padres, con niños incluidos, donde los mayores, lejos de escuchar las imprescindibles orientaciones de los profesores, permanecían conversando o atentos al celular, o hasta se lo daban a los niños para que jugaran, como si no les importaran a ellos también, los temas que allí se tocaban.
En apenas un mes de clases ya he oído reclamos por incumplimientos con la tarea, llegadas tarde o ausencias injustificadas, cuestiones que en ningún caso obedecen a los niños y dejan mucho que pensar de los adultos a su cargo, responsables hoy de que esos pequeños vayan con ropa limpia y planchada, con sus lápices con punta, la tarea hecha, y con puntualidad.
Están apenas comenzando, y si bien hoy sus faltas son responsabilidad nuestra, esas conductas se van entronizando en sus personalidades y entonces ven como algo normal llegar tarde o sin los deberes hechos. Serán mañana, sin dudas, esos alumnos y trabajadores que nadie quiere por incumplidores.
La vida hoy es difícil, de muchas carencias materiales, de competencias y crisis de valores asociados, erróneamente creo yo, a esas limitaciones económicas. Pobres pero honrados, pobres pero limpios, o pobres pero educados, fue siempre lema de esos abuelos consagrados que albergan historias de estudio y trabajo a la par, de abandono de sueños por mantener a la familia o colaborar en casa, una realidad que por suerte dista mucho de la de nuestros niños.
Aprovechar la oportunidad que brinda la escuela, y apoyarla desde el hogar es más que un deber de cada seno familiar. No importa cuán agrio pueda ser el momento actual, o las condiciones por las que atraviese cada familia. Entender que somos el primer y mayor ejemplo a seguir por esas personitas que se están formando hoy es la única vía para tener mañana ese mejor y tan necesario hombre nuevo que nos salve como especie de la inhumanidad y la barbarie.