Al entrar en un tema tan polémico del campo de la lingüística, lo primero sería partir de la significación del término etimología (del latín etymoligĭa y este del griego ἐτυμολογία) que, según el Diccionario de La Real Academia Española (RAE), es: el origen de las palabras, razón de su existencia, de su significación y de su forma.
Entonces, ¿qué sería la etimología popular? La propia RAE dice que es la “interpretación espontánea que se da vulgarmente a una palabra relacionándola con otra de distinto origen”, circunstancia en que la relación puede -o suele- originar cambios semánticos, como en: “semáfaro”> semáforo (se asocia con faros por su forma) o “cortacircuito”> cortocircuito (se asocia con cortes de corriente), casos en los que ocurre una deformación involuntaria de una palabra, producto de la analogía de significado con otro vocablo conocido.
Es decir, que la etimología popular ocurre cuando el hablante relaciona dos palabras de distinto origen etimológico al hallarle proximidad semántica. Ante términos que resultan de extrañeza, el hablante busca una motivación de tipo fonética, morfológica o semántica para justificarlo. En este sentido, los préstamos de otras lenguas y los cultismos son propensos a verse afectados. Esta clase de deformaciones fónico-semánticas son no pocas veces consideradas vulgarismos, aunque pueden generalizar su uso y llegar a ser aceptadas.
El lingüista Tzvetan Todorov, en su Diccionario enciclopédico de las ciencias del lenguaje, refiere que “para mostrar la sabiduría oculta en el vocabulario, se recurre en primer término a las etimologías: agregando, suprimiendo o modificando ciertas letras de un nombre aparentemente arbitrario, se hace aparecer en su lugar otro nombre o una serie de nombres que describen correctamente la cosa designada por el nombre inicial (no se trata, pues, de una investigación histórica, sino de un esfuerzo por descubrir la verdad de las palabras).”
En este contexto, el calificativo “popular” no es del todo exacto, pues su origen se remonta a los copistas o escribas de siglos pasados, aunque sea común en registros de lengua vulgares, y no exclusivos de ellos. Por esta razón, muchos lingüistas prefieren el nombre “etimología asociativa”.
Así que existen dos casos de etimología popular: 1. El que mantiene el significado y se modifica la palabra para ajustarlo al de otra con el que se establece vínculo semántico: cerrojo (asimilado por la lengua común, cuya forma etimológica verrojo, de verucŭlum ‘cierre’, significado con el que se asoció por su función de cerrar. 2. El que modifica el significado, pero se mantiene la palabra, el sentido es parecido al de otra palabra que se conoce y se establece la relación de procedencia: “inhumar” como incinerar, pues se relaciona con humo, y se desconoce la etimología humus ‘tierra’.
Algunos ejemplos con cambio de palabra: “esparatrapo”> esparadrapo; “atiforrarse”> atiborrarse; “gulimia”> bulimia. Con cambio de significante/palabra (aceptados por la RAE): “vagamundo” >vagabundo; “sabihondo”> sabiondo. Con cambio de significado (aceptados): “abigarrar” en el sentido de ‘amontonarse, apretujarse’ en el campo semántico de lo heterogéneo; “álgido” como ‘culminante, crítico’ a partir de ‘muy frío’; “lívido” como ‘pálido’ a partir de ‘amoratado’.
Nota * Entre las etimologías populares consideradas erróneas, aunque muy difundida, está “carajo” como equivalente a cofa (puesto del vigía en los barcos).