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Diario de la comunidad artemiseña
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Home Artemisa Historia

El cáliz del patriotismo

Joel Mayor Lorán by Joel Mayor Lorán
31 agosto, 2023
in Historia, Portada
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parque-libertad

¡CUÁNTOS PASAN junto al busto sin saber quién es, porque no bajamos al Padre Arocha del bronce para contar su historia! / Foto: Joel Mayor Lorán

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¿Cómo hacerlo salir del bronce en que quedó preso? Si un día la admiración condujo a erigirle un busto a Monseñor Guillermo González Arocha, ahora es preciso bajarlo de allí y que nos trasfunda sus hazañas. Necesitamos al cura mambí en las escuelas, donde su obra puede oxigenar las raíces del amor a la Patria.

Ian Rodríguez, Susana Abreu y Belkis Verónica Ortega atraviesan el parque Libertad. Un día tras otro, pasan junto al busto sin saber quién es. La historia atrapada no sale a su encuentro.

Artemisa guarda muchas curiosidades en mármol y bronce. Pero no deberían permanecer en la piedra o el metal, ni siquiera en los libros, sino atrapar a estudiantes de secundaria como ellos.

Los estremecería saber que, cuando portar la ban- dera cubana implicaba odio hacia España, a pesar del peligro real de muerte, un sacerdote, el padre Arocha, contribuía a la independencia de Cuba.

Relatos de un espía

Si el propio Guillermo apareciera en alguna escuela artemiseña a contar sus historias, los muchachos lo iban a adorar. Incluso no pocos españoles del tristemente célebre Cuerpo de Voluntarios lo estimaban y querían tanto que, al saberle conspirador, no lo persiguieron y hasta evitaron que otros lo hicieran.

Quizá curiosos ya por semejante carisma, quedarían verdaderamente atrapados con una virtud aun más cautivante: sin más preparación que un riesgo nuevo cada día, el singular sacerdote demostró ser bien diestro en el arte de la inteligencia militar.

El historiador René González Barrios nos lo revela atento a las noticias que consigue en sus amistosas conversaciones con los jefes y oficiales del ejército colonial, sobre operaciones de campaña   y    cuanto  fuera de interés a  los cabecillas insurrectos.

Usaba el sobrenombre Toribio, después el seudónimo Fabio Rey y, cuando fue descubierto, Virgilio.

Delegado de la Junta Revolucionaria cuando Magdalena Peñarredonda fue apresada, y colega suyo en la misión de trasladar la correspondencia de los jefes mambises entre Pinar del Río y La Habana, burlaba la Trocha Mariel-Majana para enviar mensajes, medicinas, alimentos y ropas.

Sin embargo, un cubano lo delató. El obispo Manuel Santander y Frutos lo libró del fusilamiento al llevárselo al Obispado, donde permaneció durante seis meses, para que no tuviera oportunidad de conspirar y servir a Cuba, algo en vano, por supuesto.

Cuenta el profesor Manuel Isaías Mesa Rodríguez que, cierta vez, estaba en la estación del ferrocarril del Oeste que habría de llevarlo de La Habana a Artemisa, pero se sentía perseguido por un sujeto vestido de paisano.

Divisó entonces al comandante Guardado, del Ejército español, destacado en Artemisa hacía algún tiempo, quien por ser muy católico había entablado amistad con él. Y le rogó llevarle un expediente de matrimonio, pues él debía quedarse en La Habana y necesitaba que Eduardo Llerena lo tuviera allí rápidamente.

El Comandante se prestó gustoso, y el encargo llegó a su destino: ¡eran cartas para el general Maceo! En otra ocasión, el General Pedro Díaz Molina le pidió ayuda, pues muchos soldados cubanos estaban muriendo de fiebre palúdica y viruela. En La Habana, el Padre Arocha obtuvo 5 000 píldoras de quinina y 20 tubos de vacunas contra la viruela, y salió de regreso a Artemisa, a fin de enviarlas cuanto antes a los mambises. Pero en la Estación del Ferrocarril todo equipaje era  registrado. Cuando bajó del tren, se acercó al cubano Alejandro del Moral, Celador de la Policía, para que le ayudara a bajar las dos pesadas maletas que traía.

Valientemente, le dijo: “Estas contienen quinina y vacunas para curar a tus hermanos que están en la manigua peleando por la libertad de tu patria. Tienes dos caminos: denunciarme inmediatamente a los españoles o ayudarme a hacer llegar al campo revolucionario estas medicinas”. Desde ese día, Alejandro del Moral comenzó a trabajar por la causa independentista.

Un apóstol en Artemisa

Dice el historiador Manuel Isidro Méndez que  el  virtuoso sacerdote no fue al campo libertador, pero fue “un verdadero apóstol para los des- amparados en aquellos negros días de la reconcentración”.

El General español Juan Arolas lo nombró Capellán del Hospital Militar y de la Plaza, sin retribución alguna, solo a fin de tenerlo vigilado. Sin  embargo,  Arocha  lo   aprovechó   para   prestar incontables auxilios a los reconcentrados por el Bando de Valeriano Weyler que, en Artemisa, sobrepasaron las 8 000 personas.

A él se debió que muchos encontraran albergue. Asimismo, buscaba alimentos y medicinas para ellos. Asistió directamente a más de 6 000, atacados de viruelas, tifus y paludismo, en tres lazaretos que logró establecer. Aun así, dos veces se vio obligado a ampliar el cementerio.

Leandro Rodríguez Calzadilla, en su Historia de Artemisa, alude a las casas que Monseñor Arocha construyó para los desamparados, en las calles Reconcentrados y Baire.

“Creó un asilo para más de 400 niñas huérfanas en la esquina de Mártires y Martí y repartía dinero en su casa particular, frente a la Parroquia”.

¡Cuánto más pudiéramos contarles a los niños y jóvenes sobre este hombre! En las primeras elecciones celebradas en Cuba, el 31 de diciembre de 1901,  fue  elegido  Representante  a  la  Cámara,  por la provincia de Pinar del Río, sin haber hecho campaña política.

Desde ese cargo, creó instituciones educativas y trabajó por llevar el progreso y el crecimiento espiritual  a  esta  tierra,  hasta  1927,  cuando  culminó  su estancia en la parroquia de Artemisa.

“El Padre Arocha tuvo en una mano el cáliz y la hostia para celebrar el sacrificio de la misa; pero nadie negará que en la otra mano tuvo el cáliz del patriotismo y también la hostia de la independencia, pues Cuba debe mucho a aquel sacerdote que tanto laboró por las libertades de su patria”, expresó el Doctor Pedro García Valdés, figura eminente de la docencia cubana.

Para José Antonio Villar, vicepresidente primero de la Filial de la Unión de Historiadores de Cuba en la provincia, “su presencia en el proceso de la Guerra del 95, que le ganó el seudónimo de ‘Cura mambí’, resultó tan crucial como su labor durante la Reconcentración, cuando se convirtió en el benefactor del pueblo de Artemisa.

“A una persona como él, de  principios  y valores extraordinarios, de justicia y amor al prójimo, le sentaba muy natural abrazar la causa de los cubanos.

“Los historiadores, la prensa y los artemiseños tenemos el compromiso de no dejarlo allí, en el busto de bronce, sino traerlo al presente, estudiar más su obra y hablar sobre él con más frecuencia”.

Tags: artemisael Padre ArochaMonseñor Guillermo González ArochaUnhic
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