Antonio Betancourt Flores anunció a su familia que iría a Las Villas a hacer un negocio de ganado. Algunos recordarían sus palabras: “Este negocio conviene a muchos otros”.
Carmelo Noa Gil andaba más de prisa que de costumbre. Llegó a la vaquería en la cual laboraba y pidió unos días libres, porque se iba a ausentar del pueblo. El día de la partida en un papel envolvió una muda de ropa y se despidió de su madre.
Antes de salir Emilio Hernández le pidió a su mamá, Amada Cruz Hernández, que le tuviera preparado el baño “y una muda completa en un paquetico, pues cuando regrese sigo para Santiago de las Vegas”.
Cuentan que daba vueltas en la sala de la casa hasta que se metió una de las manos en un bolsillo del pantalón y extrajo dos monedas estadounidenses de veinticinco centavos, y le pidió a Amada: “Guárdalas, que yo sé que te gustan mucho”. La abrazó para despedirse. Al llegar a la puerta se paró, la miró como nunca antes lo había hecho, y alzando la voz de forma no acostumbrada le dijo: “Cuando las madres tienen muchos hijos varones tienen que ganar en valor».
En la mañana del viernes 24 de julio, Guillermo Granados informó a su mujer que asistiría a una reunión política en La Habana. Esta insistió en conocer más detalles, pero no lo logró. Sin embargo, cuando el esposo, de forma tierna, se acercó a su hijo Guillermito, de once meses, y lo besó en una mejilla, la suspicacia de Iraida se trocó en preocupación, mucho más cuando le dijo: “Cuídalo bien, para si yo muero, te quede otro Guillermo que haga por ti…”.
Varios fueron los pretextos, para que el 24 de julio de 1953, treinta artemiseños de seis células clandestinas partieran rumbo a La Habana convocados por el movimiento revolucionario y por Fidel. Los que vivieron cada uno de ellos horas antes de partir a la eternidad quedaron celosamente registrados en el texto Los muchachos de Artemisa de las autoras María de las Nieves Galá y Felipa Suárez Ramos.
Mientras el lector avanza se cuestiona: cuántos sueños dejaron de realizar, cuántos proyectos no pudieron alcanzar para que se materializara el ideal de tener una patria libre e independiente.
Sin dudas, el texto recientemente presentado en la Villa Roja, es un sentido y sencillo homenaje a aquellos jóvenes valerosos que asaltaron el Moncada por un sueño y pasaron, sin haber vivido apenas, a las páginas gloriosas de la historia de Cuba
En Artemisa cualquier lugar es ideal para reencontrarse con los protagonistas y su historia: el parque Libertad, la logia Evolución, la terminal, el barrio La Matilde.
Lo cierto es que este pueblo ha crecido en torno a la gesta impulsada por aquella generación valerosa: Fidel Labrador García, Tomás Álvarez Breto y Marcos Martí son otros de los nombres que llegan acuciantes en casi 160 páginas escritas con devoción.
Sin dudas una obra medular en los 70 años del Asalto al Cuartel Moncada, epopeya protagonizada por jóvenes de esta tierra que una mañana salieron dispuestos a morir por Cuba, pero también a vencer por ella.
Según los testimonios de amigos y familiares, la mayoría fueron vistos por última vez en Artemisa sobre la 5:00 pm del 24 de julio, en el ómnibus número 1004 de la ruta 35 (vía 23), con destino a la capital.
Dicen algunos lugareños que la estela ha quedado para siempre impregnada a lo largo de toda la carretera central, bajo la sombra de los laureles que aún perduran vuelve a sentirse su fragancia. La de los héroes que por última vez miraron con añoranza el paisaje. La de los mártires y héroes de la nación.
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