Siempre que se habla del 26 de Julio de 1953, junto a los nombres de Santiago de Cuba y Bayamo, aparece el de Artemisa. De allí salieron más combatientes para el asalto al Moncada, que de cualquier otro lugar de Cuba. Y entre los artemiseños del 26, destaca un hombre con todos los méritos para llevar en sus hombros el honroso grado de Comandante de la Revolución y en el pecho dos medallas de héroe: de la República y del Trabajo que él llena de significados todos los días.
Con 91 años cumplidos, desde sus altas responsabilidades como viceprimer Ministro, chequea, controla, sigue de cerca algunas de las más complejas actividades del Gobierno. Un breve comentario suyo, una mirada con el ceño fruncido o en reposo, bastan para que se intuya por dónde van las cosas.
El pueblo lo llama familiarmente Ramirito, sencillamente Ramiro o respetuosamente Comandante Ramiro. Y cuando se dice su nombre, aflora la leyenda, aunque muchos episodios de ella permanezcan guardados en la memoria del protagonista que ha huido siempre de las luces, las cámaras, las entrevistas personales, parapetado en un principio martiano: «Toda la gloria del mundo, cabe en un grano de maíz».
Hace cinco años, tuve la suerte de que me aceptara unas pocas preguntas sobre su vida. Por disciplina ante un mandato superior, rompió un silencio de décadas para hablar de su hogar, su barrio, su familia, de Fidel, del Moncada, de sus jefes y sus compañeros de lucha, de los amigos caídos en combate y del compromiso con ellos que les sobrevive.
Hablamos durante cerca de dos horas. Su valioso testimonio, incompleto siempre porque sería imposible resumir en un solo texto tamaña historia de vida, puede encontrarse en los archivos de Cubadebate bajo el título: En Persona, el Comandante de la Revolución Ramiro Valdés Menéndez: En silencio ha tenido que ser.
De aquellas palabras suyas, hoy tomo un breve fragmento, que nos devuelve 70 años atrás, cuando él, sin saberlo aún, daba sus primeros pasos para entrar en la historia de Cuba junto a Fidel, Raúl y el Che:
“Nosotros somos una familia de origen muy pobre, modesta. De Artemisa, del barrio La Matilde, de donde salieron, la mayoría no, prácticamente todos los compañeros que participaron en el Moncada.
“Éramos el conjunto de la familia y la cercanía, además coincidimos todos en distintos momentos en las escuelas y ahí tuvimos fraternidad a nivel del barrio y nos fuimos conociendo: Julio, Rigoberto, Ciro, Emilio, distintos compañeros que participaron después en todo lo que tuvo que ver con el asalto al Moncada, de ahí salieron, de esa cercanía del barrio, de la escuela. 28 artemiseños eran del barrio La Matilde.
“Mi madre era una persona muy íntegra, muy martiana y muy cespedista, aunque era bastante escéptica con relación a la política, porque decía que los políticos sencillamente utilizaban a los demás para tomarnos de escalón y subir, y después se olvidaban de todas las promesas y que por tanto sus hijos, si ella podía, no iban a ser escalón de nadie, de ningún político.
“Ella lavaba y zurcía la ropa para que pudiéramos ir a la escuela limpios, porque mi madre decía, además, con mucho orgullo, que éramos una familia íntegra, pobre pero íntegra, con mucha moral, limpia y honrada.
“Se llamaba Ofelia Menéndez, lavaba ropa para algunas personas, yo iba recogía la ropa y ella la lavaba, la planchaba y eso era un pequeño ingreso que teníamos. Mi madre decía: ‘ni prostituta, ni criada de nadie’ y nos crió con mucha dignidad, desde el punto de vista ético. De ella aprendimos nosotros todos, los cinco hermanos, tres varones y dos hembras.
“Yo era el penúltimo, pero, no sé por qué razón, siempre me trataron en mi casa, todo el mundo como el más pequeño, porque era al que siempre malcriaban. Sucedió que cuando mi mamá dio a luz, yo tenía el cordón umbilical alrededor del cuello y prácticamente a mí me desahuciaron, incluso trataron de arrebatarme de los brazos de ella, el médico y los demás, pero ella sencillamente se negó y se negó y me apañó, me alimentaba con un gotero, dándome la leche gota a gota, hasta que al final, aquí me tienes, gracias al esfuerzo de mi madre”.
Ofelia vivió más de 90 años y tuvo la suerte de verlo convertirse en uno de los héroes más respetados y legendarios de la Revolución cubana.