Crecer pasa la cuenta. Te hace repensar cada una de las acciones diarias. ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Cómo hacerlo mejor? Y eso va en todo, desde seguir los pasos de una receta de cocina hasta la guía que nadie te advierte seguir cuando eres madre o padre.
Hace unos años, hablar de indisciplina social se asociaba con tirar un papel en el camino o recostar el pie en el muro de la parada de la guagua… Hoy los senderos son más tensos y la indisciplinas, de otra índole por supuesto, pululan.
Hace unos días, cuando el Bloque 1 de Artemisa estaba en déficit eléctrico, unos chiquillos corriendo por la Calle 42, lanzaron una piedra hacia la casa de un vecino. Por suerte, él había decidido pasar el apagón encerrado en su hogar y no sentado en el portal. ¿Quién sabe si esa piedra traviesa hubiera terminado en su cabeza y no en la ventana?
La persiana de madera guarda el regaño oscuro que le hicieron aquellos muchachos. “Madera buena -dijo alguien- y largó un pedazo de pintura. Lanzaron con fuerza”.
Más que el desenlace, preocupa el hecho. Eran niños de diez o quizás 12 años, con padres o tutores legales que deben procurarles una educación cívica, como mínimo, decorosa.
Las acciones de los menores tienen en su epicentro al núcleo familiar como célula básica de la sociedad: lo que esté mal allí, se traduce en un comportamiento dañino fuera de casa. ¿La verdad? No podemos aspirar a que el niño tire al papel al cesto si los papás lo lanzan a la calle.
El Código de las Familias en su Artículo 138, esclarece los deberes contenidos en la responsabilidad parental, e insta en el inciso c) a “educarles a partir de formas de crianza positiva, no violentas y participativas, de acuerdo con su edad, capacidad y autonomía progresiva, con el fin de garantizarles su sano desenvolvimiento, y ayudarles en su crecimiento para llevar una vida responsable en familia y en sociedad”.
No basta el aprendizaje escolar. Garantizar una educación adecuada para nuestros hijos, a largo plazo, trae consigo la construcción de una sociedad más plena y menos violenta.
La vox populi ya habla de más actos violentos que años anteriores, y aunque no hay números oficiales, los datos nos llegan de un oído a otro cada semana.
Los indisciplinados pululan sin que nadie les ponga un orden. A la piedra se suma una oleada que va desde gritar a todo pulmón a medianoche, chillar las motos en las calles, o poner una bocina con música altísima en el bulevar, donde -pese a ser un “paseo”- viven vecinos que intentan descansar de los problemas del día, para ir a trabajar a la mañana siguiente.
Resulta que las indisciplinas sociales son un problema de dos partes. Una cuota de la responsabilidad de aprender a comportarse y dar lección a los más pequeños de casa le toca a la ciudadanía; la otra, la de velar que las normas se cumplan y propiciar la tranquilidad, compete al orden público.
Muy interesante este articulo.Muchas Gracias por publicarlo.
Osmir Tamayo desde San Antonio de los Baños.