Asegura una frase popular que lo más valioso que una persona puede regalarte es su tiempo; hay quien dice incluso que en esta vida lo verdaderamente importante es el tiempo que compartimos con quienes amamos.
Para el expresidente de Uruguay, Pepe Mujica, en esta sociedad de consumo actual, nos hacen vivir una carrera loca por la felicidad, asociada a adquirir productos que no necesitamos. Y en esa carrera, más que dinero, lo que malgastamos es nuestro tiempo, ese que consumimos indiscriminadamente para una y otra vez obtener ingresos monetarios.
Los ingleses son famosos por su puntualidad. Para otros es oro, sobre todo para economistas y personas de ciencia. El tiempo determina nuestra vida como seres sociales, entonces ¿por qué algunas personas consideran oportuno usarlo, robártelo o mejor dicho mal usarlo?.
Los ejemplos existen y son incontables. Van desde una cola inmensa porque alguien no hace su trabajo correctamente, pasando por trámites demorados por la burocracia. Sea cual sea el motivo, siempre nos dejan la misma sensación de frustración.
Otra gran pérdida de tiempo suelen ser esas reuniones infinitas donde no se respeta el programa planificado o quien citó llega con retardo. En estos largos encuentros suele ganar siempre el aburrimiento y el desinterés por lo que intentan dilatadamente comunicarnos.
Existen incluso quienes, abusando del tiempo ajeno, citan hasta con una hora de antelación, para que nadie llegue tarde, una estrategia que lejos de funcionar, termina afectando luego a los puntuales, esos que debemos esperar los minutos de adelanto, y otros tantos por los tardíos.
Asalta entonces una duda. ¿Nos vuelven hijos de las llegadas tardes? ¿Somos una sociedad falta de precisión? A quienes usan este método, le digo que solo hacen ver la impuntualidad como algo habitual. Quizás como cultura, deberíamos asociar la buena educación a la puntualidad.
Recuerdo que en mi primer año de la Universidad, mi profe de Periodismo impreso marcó como algo inquebrantable la llegada precisa a un encuentro con una fuente; si ocurría algo era deber comunicarnos con esa persona, aun cuando no todos teníamos celulares en ese entonces. Incluso a los profesores se esperaba solo 15 minutos, podíamos retirarnos del aula, sin ningún problema.
Más allá de lograr la ansiada puntualidad, quienes citan antes solo hacen que el problema sea mayor; la próxima vez de seguro usted no acudirá en el período acordado.
La puntualidad es algo distintivo de cada persona. Hay quienes, más allá de estrategias, siempre llegan tarde; para esos no hay remedio y sí mil justificaciones.
Pero para quienes tenemos como sello de disciplina y respeto llegar con puntualidad, resultan inaceptables estas citas adelantadas. Valorar el tiempo de los demás tanto como el propio, es un acto de empatía, de ponernos en el lugar del otro, de entender que la existencia de los demás no nos pertenece.