Polo Montañez no se fue con la última canción. Aquel día, -como el de su nacimiento- estuvo más cerca. Y es que todavía no se explica lo efímero de su existencia cuando comenzaba a mostrar al mundo que en sus gavetas jamás quedarían guardadas las letras de sus canciones.
Quienes le acompañaron en 47 años, viven orgullosos de conocer tanta modestia y algarabía; las mismas con las que iba por aquellas montañas, en su bohío y casas, junto a amigos o en los escenarios. Así era él: nunca le importó que lo llamaran famoso porque el cariño del pueblo constituía la dicha verdadera.

Luis vive entre los recuerdos de su hermano en el mismo corazón de la Sierra del Rosario / Foto: Humberto Líster
Para su hermano Luis Borrego Linares, Polo vive en su comunidad, lejos de las ciudades, pero cerca de las montañas, los ríos y el corazón de la gente. Desde su muerte vigila los recuerdos materiales que permanecen intactos en su casita, por donde pasan a diario cientos de visitantes.
“Nacimos en el monte y desde niños hicimos la música guajira de Cuba. Más tarde nos traen a este pueblo donde cambiamos de formato porque teníamos corriente y pasamos a hacer la de la década prodigiosa. Se nos pegaron éxitos del dúo de Juan y Junior pero no faltaban las canciones de reconocidas agrupaciones de la época como Fórmula V”, cuenta entre risas Luis Borrego.
“Polo siempre fue atravesado. Era el más chiquito de la familia y la vieja lo cuidada con obsesión. Nos quería a todos sin embargo nosotros nos perdíamos y ella ni preguntaba, pero Polo no podía coger el monte. Recuerdo que un día le dijo: no te apures que vas a llegar; mamá sabía lo que significaba para Fernando la música.
“Fijándonos por unos parientes aprendimos a tocar algunos instrumentos, y en las noches nos íbamos a dar serenatas dos o tres kilómetrosbosque adentro. A las tres de la mañana regresábamos a casa y ya a eso de las seis el viejo parado nos decía: ¡Arriba, a sembrar malanga! Y en el campo locos porque llegara la noche para volver a cantar.
Luis y otros amigos recuerdan a Polo tararear sus canciones sentado arriba del tractor o en piedras frente a las aguas que atraviesan la comunidad Las Terrazas. Sus manos cubiertas por el fango o el carbón no manchaban la pureza de aquellas hojas, donde luego escribiría sus memorias convertidas en melodías.
“Lo de él era el retozo todo el tiempo. Hasta rompió un sofá de la casa saltando y riéndose. Un día estaba en el parque de Candelaria y se acercó un hombre para retarlo con algún pie forzado y fíjate si lo sacó del paso que Polo le respondió: Veinte horas voluntarias / Esas las daría yo / Para ver quién acopió / Este ñame en Candelaria”.
Ya me sacaron por televisión…
La historia musical del Guajiro Natural, como todos sabemos, estuvo marcada por el rechazo de quienes sí podían ayudar a despuntar una estrella. A él poco le importó porque le bastaba con mostrarse como era frente a su público; no le interesaba si era en alguna cooperativa, en actividades culturales o en sus giras internacionales bien lejos de la Sierra.
“Polo hacía una canción por cada cosa que le sucedía. Era increíble su agilidad. De sus viajes por el mundo sobran las anécdotas sin embargo hay una muy graciosa cuando se presenta en Colombia el público aclamaba: ¡Que cante el idiota, que cante el idiota! Y él abochornado por aquello preguntaba si era rechazo. ¿y sabes por qué le gritaban así? Por su canción Montón de estrellas cuyo estribillo dice: porque yo en el amor soy un idiota…”
“Teníamos también muchas luchas con él. Una era que siempre andaba apresurado en el carro, yo hasta me molestaba cuando lo acompañaba. Y la otra fue cuando escribió La última canción. Le dije Polo, compadre, por qué haces esas canciones – y el me respondió: déjame tranquilo que yo sé lo que hago. Entre conocidos nos preguntábamos algo disgustados pues ese tema no tenía nada que ver con él, ni con su repertorio, supuestamente.”
La voz de su derecha
Desde los cuatro años Gladys Pérez Reyes cantaba junto al Guajiro Natural. Cuando nació ya su familia conocía al cantor y recuerda que le enseñó Soy rebelde de la compositora hispano-británica Jeanette. Luego llegaron otras oportunidades a su lado hasta integrar el grupo Cantores del Rosario donde hacía voces o tocaba las claves.

Para Gladys cantar junto a Polo fue la experiencia más hermosa de su vida / Foto: Humberto Líster
“Polo siempre fue mi estrella. Por mi papá supo del tres y luego intentó que aprendiera a tocar guitarra, pero en aquel tiempo eran rusas y mis manos son pequeñas. Fue imposible; me dolía mucho cando terminábamos las clases”, recuerda Gladys.
“Los fines de semana nos llamaban para cantar y allí estábamos sin pensarlo dos veces. Es que él convencía, sin embargo, nunca fue capaz de calcular la grandeza de sus composiciones. Al principio no eran la suyas las que interpretábamos porque creía que no funcionaría.
“Yo digo que él era un hombre especial. Fue un enamorado de la vida, de la belleza femenina y a ellas le cantó muchas veces. Nosotros como seres humanos podíamos tener cualquier problema que cuando aparecía se tornaba felicidad, luz… olvidábamos la tristeza.
“Si te dijera que fue fácil ganarse el respeto de sus admiradores sería mentira, como tampoco lo fue disponer al principio de una empresa que lo representara. Sus canciones no ganaban premios, mas el talento brilló y esa realidad duró poco tiempo. Conseguimos colarnos en la televisión, la timba por una parte y nosotros entregando alma y corazón al mundo por aquí.
“Así llegamos a Colombia. Nos reímos porque pensaba que el avión se movía por la tierra (sonríe), y cuando despegó se agarró delante del asiento asustado. Fue en un avión donde también compuso Colombia y nos comentó a la salida que se le había ocurrido. Hizo precisiones sobre la música al rato y en un concierto en Bogotá se viró y nos indicó: ¡Este es el momento de cantar Colombia! Aquello fue una locura, pero salió.
“Nunca se ofendió por ser guajiro, para él lo importante residía en hacer las cosas de verdad, con el pecho abierto. Y en ese ir y venir, compone La última canción. No tenía nada que ver con él porque no hablaba de un amor. No la canto –y se lo dejé saber bien claro- pero él la plasmó y creo que se predijo.
“Yo era la persona que él se viraba hacia atrás, me miraba y si acaso se le olvidaba cantar por algún motivo yo respondía. Nadie pudo presenciar nunca ni un detalle porque había mucha química entre los dos. Ese es mi gran orgullo.”
Luis Borrego heredó la misión de vigilar sus recuerdos materiales; chocar a diario con la realidad de mirar sus fotos y premios. Gladys por su parte prefiere cantar. Así pasan las horas, con una ausencia extraña que no deja entrar el sufrimiento. Ellos saben que Polo vive eternamente en su montón de estrellas.
Concluyendo este texto, viene a mi mente aquel estribillo del Guajiro: “y cuando esté en el cielo, cuando yo esté en la cima, voy a luchar por eso… por mantenerme arriba”. Lo hizo muy bien, quizás sin saberlo. Regresó por siempre encima de un verso para comenzar de nuevo otra vida.