Un adolescente de 15 años en Cuba hoy ni siquiera imagina el fragor de una batalla. Quizás solo piensa en fotos de cumpleaños, fiestas y habitación recién estrenada. A la vuelta de 62 abriles, habría que contarles a ellos qué pasó en aquellos días de gloria de 1961.
Suerte que aún tengamos personas como el artemiseño Federico González Cabrera, combatiente de Girón, de la Lucha contra bandidos e internacionalista, un hombre lleno de historia y con la memoria lúcida para narrar los hechos.
En Ceiba Mocha, su pueblo natal en Matanzas, la Revolución le sorprendió trabajando en una bodega como dependiente a los 13 años. Por aquella época ayudaba a su familia de 11 hermanos y se encaminaba. No bastaba con poner en la mesa algunas monedas: el reto incluía convertirse en un hombre de bien.
Federico se incorporó a las Milicias Campesinas a finales de 1959 en el desaparecido central Juan Manuel Quijano e integró la Asociación de Jóvenes Rebeldes (AJR). Su preparación la completó en una escuela en Versalles en el Batallón 1, que le sirvió después para defender su tierra y hacer honor a la consigna Por Matanzas no pasarán.
Durante los primeros años de la Revolución participó en la limpia del Escambray, pero “cuando terminamos no nos desmovilizaron, pues se esperaban nuevas amenazas. Los milicianos nos fuimos hasta el central Australia, pero José Ramón Fernández impidió que arriesgáramos la vida en llegar hasta Playa Girón y nos quedamos en el enfriadero del central.
“Allí pasó un avión B 26 muy bajito y nos orientaron que esperáramos tranquilos. Cuando regresó, lo derribamos.
En eso llegó Fidel y el batallón de la Policía Nacional Revolucionaria, que se batió contra las ametralladoras. Después entramos nosotros y logramos contener un poco el avance enemigo, pero empezaron a atacar los aviones.
“Estaban tirando napalm. Vi muchas personas revolcadas en la arena, tratando de sofocar la irritación. Y en medio de todo, el valor de las mujeres. Entraron unos camiones repartiendo naranjas, y alentaron nuestra lucha. Vimos caer muchos compañeros, fue muy dura aquella experiencia”.
“Detuvimos a los mercenarios y los concentramos en el Australia, sin hacerles nada, como nos habían indicado, pese a todos los abusos de ellos. Recuerdo que por Camarioca entró un grupo de invasores. Aunque se internaron en el monte, los perseguimos y atrapamos”, recuerda.
Después participó en la limpia de los alzados que quedaron en Matanzas. Dirigió la AJR y también se enroló en la recogida de café en Oriente, donde conoció el amor.
Federico trabajó en la Rayonera de Matanzas, donde se hizo mecánico e innovador, gracias al desafío lanzado por el Che. En una de las visitas del Guerrillero Heroico a la instalación, lo convidó a rescatar el plomo de las fuentes de las máquinas de hilar, lo cual logró.
Al tiempo, por problemas familiares, se trasladó a Artemisa, el lugar de nacimiento de su esposa. Gracias a la intersección de un amigo, Jesús Montané Oropesa, entonces Ministro de Comunicaciones, lo asignó al correo de Guanajay. Como administrador, llegó a ser Vanguardia Nacional, y luego pasó a dirigir el de Artemisa, con iguales resultados.
Sus competencias de técnico – mecánico eran necesarias en la fábrica de Fibrocemento y hasta allí se fue. Después vino el central Eduardo García Lavandero y el compromiso de echarlo a andar, además de su presencia en Etiopía de 1984 a 1987.
Más de 200 donaciones de sangre también le enorgullecen. Federico lo ha entregado todo y solo lamenta no tener más salud para continuar su obra, ya impresionante por la Revolución.