Irenia Porro Haro tiene 27 años y dar clases es una segunda piel, herencia familiar por demás. Esta caimitense no se imagina alejada de las tizas, el bullicio del aula, las pruebas y el amor de sus alumnos.
Licenciada en educación en Lenguas Extranjeras (inglés), actualmente se desempeña como secretaria docente de la Escuela Pedagógica Rubén Martínez Villena, en Alquízar.
“Yo seré maestra, fue mi frase de siempre. Ni sabía escribir y ya tenía mi plan de clases. No recuerdo hablar de otra profesión, aun cuando me quisieron cambiar de rumbo, yo seguía firme a mi vocación”.
“Recorrí un largo camino. El primer gran sueño fue graduarme. Mi mamá y mi tío fueron educadores, y mi tía aún lo ejerce. Mi abuela, “”mami” tuvo una gran incidencia. No le perdía ni pie, ni pisada a cada actividad; para que su nieta se destacara y creciera, ya no recuerdo la cantidad de disfraces, los eventos y concursos que viví”.
Juventud y pasión se combinan de forma perfecta. “Los desafíos son diarios, entrar a un aula y saciarle las dudas a los estudiantes es un reto. Mi escuela es un sacrificio en su totalidad, pero tener guardias semanalmente y dejar a mami sola en casa, aprieta el corazón».
«Un desafío fue impartir por primera vez asignaturas para las que no me había preparado durante mi carrera, me tocó estudiar mucho e imitar a mis profes de la universidad. No es igual recibir la Didáctica de la Lengua Inglesa, el Panorama de los Pueblos de Habla Inglesa, los Estudios Lingüísticos… que impartir a estudiantes que se forman como maestros de inglés.
«Cuando estudiaba en la universidad pensaba trabajar en una secundaria o en el pre, solo desarrollando las cuatro habilidades del inglés, la Escuela Pedagógica exige preparación».
¿Cómo ves el camino recorrido en tu carrera?
-Un camino de éxitos. Me considero ambiciosa profesionalmente, lo hago a lo grande. Comencé en este camino hace cuatro cursos, aunque viví experiencias en todos los niveles educativos, hoy creo estar en el lugar indicado.
La escuela pedagógica te empuja a crecer, ese lugar pone retos, los estudiantes exigen y la superación es la base de todo. Ya casi soy Master en Didáctica y se le suma la participación en eventos, cursos, postgrados, que se convierte en tu día a día.
¿Cómo te inspira tu profesión?
-Creo que si no hay papeles por medio no soy feliz en ningún espacio, me inspira el ayudar a lograr sueños, ver crecer a mis niños personal y profesionalmente. Me inspira el orgullo que siente mi familia al verme feliz siendo lo que soy. Ser maestra de la Escuela Pedagógica es un compromiso social y personal.
¿Qué consideras más importante para ser maestra?
-Hay que tener dominio de lo que hacemos y de lo que enseñamos, el conocimiento es respeto. Para mí lo más importante es tener corazón y ser humano. El maestro es familia. Lo sentimental te ata a esos niños, que se llegan a querer mucho.
¿Qué es lo que más te gusta de tu profesión?
-Unas gracias después de una acción. No es necesario estar en el aula para obtener buenos resultados. Me satisface mucho que mis alumnos demuestran quererme. Ver al finalizar de la clase un resultado satisfactorio, un objetivo cumplido. Me gusta ver sus caras luego de un examen, demostrando que los contenidos llegaron a su destino.
¿Qué trabajo te ha marcado más profesional y emocionalmente?
-Mi maestría. Ha sido lo más duro, desde el 2019 pensando en colgar los guantes, trabajar y estudiar es difícil cuando lo hacemos a la misma vez y con el nivel de exigencia que implica cada uno. Gracias a mi amigo, a mis compañeros, a mis profes y a mi familia por siempre darme el apoyo incondicional y el aliento para seguir adelante.
«Ya en la recta final y aún duele la cabeza pensar que faltan días. Me marcan además mis alumnos cada uno de ellos es un mundo, y no necesariamente a color, allí se conocen historias muy lindas y difíciles».
Según cuenta Porro le da miedo hablar en público. Ama los cactus, adora ese rato al llegar a casa, cuando una taza de café la acompaña en la siembra y el amor que nace de ver nuevos hijos o flores. Su gran ejemplo es su abuela, una mujer que admira y respeta.
“Mi abuela es la mujer más fuerte y valiente que conozco. La vida le ha dado los golpes más duros que cualquier persona pueda recibir, pero no falta su sonrisa y las ganas de vivir en esas canas.
«Ella lo ha tenido más difícil que yo, vivimos solitas desde mis nueve años y estoy segura que dejar sus años por allá y llegar a los míos, para entenderme, es el acto de admiración más grande que ella hace. Mami nunca está brava”.

Conozco a Irenia, es el vivo ejemplo de que la juventud tiene de su mano nuestro futuro y si puede lograrlo si se lo proponen. Irenia es mi niña malcriada jjj, así le digo, y ella se crece y se crece. Estoy orgullosa de ella y le agradesco a Dios el habernos cruzado en el camino.