Ya en 1888 los héroes de la pelota enamoraban a la gente. Lo decía José Martí. Y es que el béisbol arrancó versos a Bonifacio Byrne y a Guillén, a Lezama y Retamar. También inspiró cuentos de Padura, Eduardo del Llano, Yoss, Alberto Guerra Naranjo y Alexis Díaz-Pimienta. A ese embrujo dedicó el espacio Roble de Olor su cita de este viernes.
El encuentro había sido pactado para el portal de la emisora Radio Artemisa, a fin de hablar sobre el pasatiempo nacional. La Feria del Libro propicia que poetas y narradores conspiren juntos por otra causa justa: seguir haciendo excelente literatura de este deporte… y así apasionar de nuevo a cada cubano.
Dulce María Sotolongo confesaba a los conspiradores de turno que, al emprender su primer libro, no sabía mucho sobre béisbol. Pero el escritor no tiene que saber demasiado de béisbol, solo apropiarse de las ideas de sus protagonistas, alegó.
El Doctor Félix Julio Alfonso deleitó a aquella cofradía con conmovedores pasajes de la vida y obra de Paul Auster, quien adquirió la costumbre de escribir la noche que lloró porque no tenía un bolígrafo a mano.
Cuentan que el chico de ocho años había ido a ver jugar a Willie Mays. Cuando acabó el encuentro, fue a pedirle un autógrafo a su jugador favorito. Éste se prestó a firmarle lo que quisiera. Pero alrededor nadie tenía ni un maldito lápiz. Paul lloró y se hizo esta promesa: “Jamás volveré a estar sin un bolígrafo”.
Ciertamente, los cuentos no acaban nunca, sobre todo cuando a unos locos amantes del béisbol (en tiempos de fútbol) les da por desempolvar hazañas, o nostalgias, si acaso no es lo mismo. Entonces, el periodista Joao Fariñas comentó sobre su libro Germán Mesa, El Mago del campo corto.
Entretanto, el escritor y periodista Miguel Terry Valdespino compartió otra joya llamada Escribas en el estadio, antología de cuentos sobre béisbol, y leyó una crónica fascinante, dedicada al terreno del pueblo donde solían jugar pelota en su infancia.
“Afortunadamente, ya existe una gran variedad de autores que ha comenzado a pagar la deuda con el béisbol cubano, desde Edel Casas, Jorge Alfonso y Alberto Pestana, hasta el prolífico Juan A. Martínez de Osaba”, manifestó Félix Julio Alfonso, y elogió los tres tomos publicados de la Enciclopedia biográfica de este deporte.
De igual manera, la antología de poesía sobre béisbol, Aedas en el estadio, nos ofrece un lugar privilegiado en las gradas (o en sus páginas) para ver lanzar a José Méndez, “El Diamante Negro”, o batear y pichear a Martín Dihigo, “El Inmortal”.
No en vano nuestro Guillén escribió: “Niño, jugué al beisbol./ Amé a Rubén Darío, es cierto,/ Con sus violentas rosas/ Sobre todas las cosas./ Él fue mi rey, mi sol./ Pero allá en lo más alto de mi sueño/ Un sitio puro y verde guardé siempre/ Para Méndez, el pitcher -mi otro dueño”.