Se avecina el término del año y con él pareciera desvanecerse, si no esfumarse, la tranquilidad de los hogares. En una fecha de concilio, gratitud, paz y festejo, distorsiona la recurrente ausencia de respeto hacia el otro, la intrusión en propiedad ajena y los robos, pues su incremento es tendencia el último mes cada año.
En Caimito, es evidente el brote de una preocupante oleada de este tipo de trasgresiones, y el “pegar ojo”, “dormir a pierna suelta” o “desconectar” suponen conceptos casi perdidos.
Si a lo anterior sumamos el hurto de la cerca perimetral de la línea férrea (en mi zona); la falta de alumbrado público; la indiferencia, a veces, de los vigilantes nocturnos; la desprotección de puntos vulnerables; y el descuido de las áreas verdes (escondrijo fácil), el resultado no puede ser bueno.
En el pueblo, no se hace otra cosa que hablar de las “hazañas” de estos pícaros merodeadores y la indignación de los afectados. Incluso hay víctimas que se repiten, y poco logran con reclamar, cuando debiera existir alguna acción o medida por parte de autoridades para prevenir o incluso socavar cualquier intento de robo.
¿Será que debemos perder el sueño? ¿Habrá que pagar un custodio entre los vecinos que vigile mientras dormimos o acaso debemos trabar, clausurar ventanas y puertas o vivir una paranoia constante…? Creo que todas son opciones excesivas.
Alternativas debe haber para frustrar estos actos, a la vez que se protege a los ciudadanos. No es deber de uno solo, o de unos cuantos. La experticia de oficiales, factores sociales, líderes municipales… es fundamental ante tal situación.