¿De seis pesos a 40? Me sorprendí, digo más, me entristecí. No pude con aquella realidad ante los ojos de todos en uno de los comercios más visibles de Artemisa: la venta de sacapuntas con un valor del producto cuatro veces superior al original, que a la vez, comercializan en otra entidad estatal y de manera normada.
Revender se ha convertido en la forma más cómoda de existir, y lo complicado del asunto es que le hacemos juego a esa mentira, capaz de burlar la esencia de muchos comercios, estatales o por cuenta propia, que hasta pierden el nombre, por tal de sobrevivir sin detenerse en su objeto social.
¡Cierto! Muchos, a pesar de leyes, acuerdos y decretos, siguen con mentes y manos medio atadas a las gestiones. También tales incongruencias tienen como positivo mantener un salario a sus trabajadores, con lo cual se evitan interrupciones.
Pero, es así como tus ojos se admiran al pasar la vista en solo par de cuadras, tras las vidrieras de un Coppelia que en vez de helado, expende vinagre y adobo; en la Licorera nasobucos, sartenes o pozuelos plásticos; la farmacia, más que medicamentos industriales o procesados como medicina verde, comercializa desengrasante y detergente, en tanto el Lácteo comercializa jabas de nylon o barras de maní (hechas en alguna casa).
Cuando te parece bastante para encausar unas líneas, capaces, no tanto de criticar sino de hacer reflexionar a quienes, siendo parte del problema, deben serlo de la solución, te encuentras con La Casa del Chocolate, uno de los logros más saboreados del cual nos hicimos eco, por acá.
El salón, bien climatizado pese a las mesas y sillas desamparadas, y un olor a chocolate que enamora, te hacer prever que haya, al menos, bombones, pero te enfrentas con un NO, y aquel estante que exhibe“chucherías”, recurrentes en tiendas por MLC o traídas del exterior.
¿Y de dónde salen? Me responden que una mipyme es la proveedora, como para rematar con lo peor del día. ¿Mipyme?, contesto o mejor, vuelvo a preguntar. Después, Facebook me notifica venta de bombones artesanales. ¿Coincidencia?, quiero pensarlo.
Lista interminable tenemos, entre usted y yo, de comercios que alejados del servicio para el cual fueron creados, muestran otra cara de la inflación, permitida por muchos, lacerante, incomprendida y abusiva.
¿Por qué pasa todo eso? Sin consultar a analista alguno, tal vez algunas coordenadas se ubican tras el maltrecho andar después del Ordenamiento Monetario, la escasa movilidad de los compradores, el intentar subsistir, así sea a mentiras, revendiendo lo que se pueda, por mantener un colectivo un tanto fantasma, o quién sabe si por acomodarse, trabajar sin motivación, o por decenas de razones más.
Respetarnos como institución, respetar el nombre, y después respetar a los clientes son normas comerciales casi perdidas; incluso, no será tan fácil volver a rescatar tradiciones, lo sabemos. Después de estos complejos años de carencias, no solo materiales, también la estimulación para emprender y hacer, están medio escasas.
Conozco facultades que protegen la compra a terceros para facilitar algunas materias primas, pero al final, un restaurante debe elaborar alimentos, no venderlos sin cocinar, por ser lo más fácil. Artex, debe contratar productos con la membresía de sus entidades afines, por citar dos de los asombros que ya vemos como normales.
¿A quiénes les corresponde exigir, y no compartir la mentira de un servicio inexistente? Al final, son establecimientos o negocios a puertas abiertas, dentro o en el portal, con el mismo producto, encarecido según las manos. ¡Mentiras con nosotros mismos!, esa es mi opinión.