Fuerza de voluntad, así le llaman; también diría que de espíritu, y ¿por qué no?, confianza en sí mismo, perseverancia. En esa capacidad que nos lleva a afrontar cualquier limitante por difícil que parezca, Jose encontró una segunda oportunidad y no dudó en aferrarse a ella.
Su vida cambió en el mar cuando ya hacía mucho tiempo había quedado prendado de sus encantos. “Por el solo hecho de vivir en Mariel me atraía la pesca y el buceo, pero mi pasión creció durante el Servicio Militar: estuve en una unidad de nadadores de combate y desde el centro de preparación subacuática me familiaricé con la tecnología y los equipos de buceo al punto que concluí esta etapa con un certifico de buzo especialista”, cuenta José Fuset Cordero.
Cuando no le fue posible continuar la carrera de Biología se sumó a un curso de la Federación Internacional de Buceo y se hizo buzo dos estrellas. Un amigo le comentó que en la Villa de Guajaibón necesitaban socorristas acuáticos y comenzó la preparación impartida por Salud Pública, iniciándose como salvavidas en este centro.
El 17 de agosto del 2003, con apenas 22 años, su vida dio un giro inesperado: no le correspondía trabajar, pero fue a apoyar a sus compañeros; un colega lo invitó a bucear y alrededor de las 11:00 a.m. sufrió un accidente descompresivo de tipo II. Al llegar a la orilla ya no se sentía las piernas. Lo trasladaron al Hospital Naval donde permaneció tres meses (uno en terapia intermedia), cumplió con el tratamiento e inició la rehabilitación.
“A todos les preocupaba si podría caminar, pero yo sabía que otros lo habían logrado y conmigo no sería diferente. De allí salí dando mis primeros pasos, aunque con dificultad. Después, me rehabilité durante ocho meses en el Julito Díaz”, asevera.
Aproximadamente a un año del accidente que le ocasionó una paraparesia incompleta, comenzó a trabajar y aunque no consideraron prudente incorporarlo como salvavidas, no renunció a la idea.
“Continúa preparándote y vamos a buscar a quienes nos formaron, me recomendó un amigo. Fuimos a ver al jefe de seguridad acuática, quien me dijo, ´ si en tres meses me logras sacar en tus hombros te activo de nuevo´. Sabía que dependía de mi voluntad; el mayor impedimento está en nuestra mente.
“Según los médicos estos accidentes neurológicos tienen un lapso de rehabilitación de siete años. Cuanto más lograra recuperarme en ese tiempo, más tendría luego a mi favor para la vida. Por eso, nunca dejé de hacer ejercicios.
“Durante la estancia hospitalaria vi una entrevista a Polito Ibáñez en la que aseguró: ´La vida es más bella que el dolor que te provoca´. Desde entonces me abracé a esa frase y hasta hace poco ejercí como salvavidas, durante 19 años”, afirma.
Aquellos meses que sintió transcurrir tan lentos, quiso multiplicarlos en los siguientes. El arte también corrió por sus venas: a la par, se formó como promotor cultural, hizo la licenciatura en Estudios Socioculturales, y lo atrapó la pasión por las letras, resultando premiado en concursos literarios y dándole vida al poemario Versos sumergidos.
Tras su ingreso a la Asociación Cubana de Limitados Físico-Motores (ACLIFIM) se probó una vez más, y en dos oportunidades alcanzó el tercer escaño en torneos nacionales de natación, y estuvo entre los propuestos para eventos internacionales.
A la Cruz Roja llega por azar. El amor lo había sorprendido en Artemisa, y durante la etapa más compleja de la COVID 19 -cuando no le era posible trasladarse a Mariel-, le solicitaron su apoyo a la organización de la que ya forma parte.
Como especialista de la Cruz Roja Provincial, atiende el frente de Operaciones y Socorro, Seguridad Acuática y Seguridad Informática. Prácticamente se iniciaba cuando dos eventos estremecieron al país y allí estuvo Jose entre los rescatistas artemiseños que acudieron al hotel Saratoga y a la base de supertanqueros de Matanzas.
“La experiencia más fuerte fue liderar al equipo ante esas circunstancias, pues en ambos casos fui como jefe del Grupo de Operaciones y Socorro de Artemisa. Conozco mis limitaciones físicas y en ningún momento podía convertirme en una carga adicional, al contrario, debía apoyar a mis compañeros, ayudarlos, dirigirlos, estar pendiente de quién entraba en escena y quién no, velar porque no les sucediera nada.
“Tanto los buzos, como los salvavidas, los rescatistas, sabemos que cada vez que acudimos a una misión nos puede suceder algo, el escenario puede cambiar en fracciones de segundos, sin embargo, la satisfacción de salvar una vida es indescriptible… El rescatista nace con uno”.