Mientras Nelson Plasencia compartía sus conocimientos sobre judo en México, el huracán Ian le dejaba sin defensa posible ante la fuerza de la penetración del mar, en su casa de veraneo en la playa Majana.
Juan Luis Pérez y varias manos amigas procuran recuperar u organizar lo posible, donde aseguran había todo pero resulta difícil imaginarlo, entre tanto espacio vacío, entre piso, horcones, techo y casi nada más.
Una meseta hecha pedazos, una taza sin paredes alrededor ni tanque encima, un lavamanos en el piso y un bastidor sin colchón, cuentan la historia de un mar violento, que entró sin llamar a la puerta ni pedir permiso… y siguió de largo con tres colchones, un frízer y cuanto encontró a su paso. Atrás solo dejó amargura.
Más lejos de la orilla, fue entonces el viento el que mostró su furia, contra quienes apenas persisten en mantener casas de recreo en la playa de su infancia, de la familia, de toda la vida para los artemiseños.
A Jesús Hernández Aguiar (más conocido como Chuchi, el ponchero), Ian le hizo un destrozo que nunca hubiera calculado. Paredes de bloques parecían suficiente para resistir; sin embargo, el techo de la casa vecina se le desplomó encima, y no pudo eludir el derrumbe parcial.
“Sopló duro. La cama, la mesa y el frízer estaban debajo. Un tanque fue a parar al canal”, comenta sin perder tiempo; manos a la obra a recuperar planchas de cinc, ordenar y arreglar todo.
Al frente, a Carmen Mora Álvarez el fenómeno natural le rompió las puertas y le tumbó la terraza. “El día antes recogimos lo esencial: frízer, refrigerador, colchones, televisor… Siempre quedan cosas, por supuesto. Yo estuve tres años aquí. Lo principal es que estamos vivos y tenemos casa en Artemisa. No nos gusta que se nos rompa nada, porque costó sacrificio, pero más vale la vida”.
Lo dice porque Félix Moreira contempla los daños a su casa con un mohín de indiferencia. Su hijo murió en diciembre en un accidente en la Autopista; a cambio de esa vida, de buena gana cedería cuanto le queda al viento o al mar.
Pese a todo y al agua salada aún cubriendo los caminos, allí quedaron él y la gente de Majana en su terco afán de reconstruir, de mostrarle a los elementos que es más fuerte su tesón de anclar sueños en aquella costa.