Frente al monumento a la esperanza nos dividimos en dos mitades, distintas pero concurrentes. Los que en nombre de la vida sanan, esos tienen la ética como bandera, el alma pulcra y las batas blancas; y los que eligen vivir, esos desandan casi todos una carrera contra la muerte.
Así, ambos bandos de hombres y mujeres de envidiable fortaleza se mezclan en una rutina inevitable. Más allá de la dicotomía entre lo blanco y lo negro, otros deseos también los alcanzan. Y aunque parezcan minuciosas esas metas frente a la decisión irreversible de irse o quedarse, serán muchos poquitos los que ayuden a sostener el peso de esta lucha diaria sobre sus hombros.
¡Quién sabe cuántas pruebas les puso la vida antes! Hace más de cuatro décadas le sostiene la mano. Aunque los años ya no lo dejan apretarla como siempre, basta un simple roce para sentirse acompañada. No importa el tiempo transcurrido a su lado desde aquella unión indisoluble, en su rostro reverdece la esperanza con la idea de permanecer juntos muchos años más.
Salieron a deshora. La tarjeta lo ubica en el turno de 12:00 a 1:00 de la tarde. Casi nunca es como está escrito. Eso lo perturba, lo remueve, lo agota… “Hemos perdido de regreso la ruta 43. ¿Cómo llegaremos a los confines de La Lisa? Todos los días la misma tragedia”, confiesa.
Sin darse cuenta, confunde la urgencia del tiempo con la importancia del cáncer, y eso lo mantiene activo y expectante. Ya son 12 sesiones. Al llegar a casa recobra las fuerzas, y en la almohada un pensamiento lo invita a creer en un mañana diferente.
Saldrá también de esta. Una histerectomía y una mastectomía radical ya nublaron su cielo antes. Los especialistas lo nombran concurrencia distante, y esta vez alertó sobre la fragilidad del colon.
Cualquiera pudiera desplomarse frente a los golpes que ella recibió. En cambio, juró soportar sin dejar de avanzar. “Se te dio esta vida porque eres lo suficientemente fuerte para vivirla”, repite, y en la frase deja impresa su voluntad.
Hace más de una semana, con nosotras otros rostros nuevos también trajeron su fe, hasta el corredor donde esperan los pacientes de la terapia de radiación en el Instituto Nacional de Oncología y Radiobiología.
En esos pasillos no empieza ni termina nada. Es solo otro peldaño escalado en el lugar preciso: el de la atención de calidad, la detección temprana, el tratamiento y los cuidados paliativos.
Es un camino donde tampoco estamos solos. Más de 26 000 pacientes de cáncer existían en Cuba solo en 2017. Para los de ayer y los de hoy, llegue siempre la esperanza.