Lunes 9 de febrero de 1987. No por esperada, la visita suscita menos ansiedad. Si bien es un colectivo de tradición moncadista, Vanguardia Nacional, muy activo y laborioso, se trata de una producción novedosa. Quizás por eso, a algunos les preocupa no estar a la altura de las preguntas del visitante, dueño de un conocimiento enciclopédico.
Desde la mañana los trabajadores aguardaban su llegada. Serían las 3:30 de la tarde cuando dos carros atravesaron la puerta principal del Molino arrocero Guillermo Castillo, de San Cristóbal. Tomasa, que estaba parada en el umbral de la oficina, corrió hacia dentro de la fábrica anunciando: “ahí llegó Fidel”. En su fugaz trayecto, Miguel solo alcanzó a entenderle: “Fidel”. Tampoco hacía falta más.
El Comandante en Jefe examinaba aquella tarde la primera y única planta de arroz precocido existente en el país entonces, puesta en funcionamiento pocos meses atrás. Su estancia allí resultó breve. El hecho es apenas un puntico en la harta lista de visitas, mostradas hoy, a la vuelta de los años, en el centro Fidel Castro.
Mas, para los sancristobalenses como Tomasa y Miguel, quienes tuvieron la oportunidad de intercambiar con el líder de la Revolución Cubana, constituye un acontecimiento “único en la vida”.
“Todavía me emociono al recordarlo. Era una alegría tremenda. Algunos permanecieron en sus lugares, porque, claro, los operadores no podían dejar sus puestos, pero los demás trabajadores corrieron a agruparse para verlo y saludarlo. Él entró, los saludó, se paró frente al separador de granos, y se puso a conversar”, rememora Tomasa, quien, además de su labor como planificadora, estaba al frente de la sección sindical del centro.
“Nos preguntó sobre la calidad del arroz, si la producción era abundante… Pasó por los diferentes lugares del ciclo productivo. Nos dijo que era un grano muy bueno, nutritivo; la idea era producir mucho y que llegara a toda la población. Explicó cómo se había adquirido la tecnología de la planta, comprada a una firma italiana llamada Garibaldi.
“Indagó muchas cosas. Todos sabemos de su interés por los trabajadores. Nos preguntó si nos gustaba esa producción. Algunos dijeron que sí, porque aquel arroz tenía mayor rendimiento que el tradicionalmente molinado, y nos ayudaba en los resultados”.
Miguel, un jovencito operador de 24 años, recién había comenzado su turno de trabajo cuando llegó Fidel. Recuerda perfectamente cómo estaba vestido: “Un pantalón de pepillo, una pieza medio desmangada, que me gustaba mucho porque era fresca y me dejaba lucir los bíceps, el pelo por encima de las orejas. El Comandante me reparó un poco, aunque no dijo nada. Supongo que me vio como un joven pepillo.

“Sí le lanzó una pregunta al grupo: ‘¿Qué gusto tiene el arroz precocido?’
“La gente hizo silencio. Entonces, me dijo: ‘A ver, usted’.
“Bueno, Comandante, si lo han cocinado en otros turnos de trabajo yo no sé, pero yo no lo he comido, no sé qué gusto tiene.
“Los cocineros confirmaron no haberlo elaborado. Entonces Fidel nos dijo: ‘¡Ya lo comerán! Ustedes que lo producen, son los primeros que deben comerlo’. Y así fue”.
Tomasa rememora que la producción de la Planta, con solo meses de explotación, se distribuía fundamentalmente en La Habana. “Aquel día Fidel me preguntó: ‘¿Y tú eres de la dirección del centro?’
“Le contesté: del Sindicato. Me puso la mano en el hombro y me dijo: ‘la mujer, al frente’. Y yo… contentísima, orgullosísima”.
Ella desempeñó responsabilidades no solo sindicales sino también políticas, en la entidad. Asegura que Fidel quedó muy contento con la instalación de la fábrica. “Al firmar el libro de visitantes, escribió sobre la importancia de la industria y de nuestra participación en ese proceso”.
He aquí la historia de Tomasa y Miguel, gente sencilla que un día dichoso pudieron intercambiar con un líder, un gigante de la historia, que andaba entre su pueblo con el carisma y la sencillez suficiente… para cumplir el sueño de cualquier cubano de estrechar su mano.