El 17 de abril,
en las manos combatientes
se le gastaron los dientes
a la boca del fusil.
Más enérgica y viril
no pudo ser la respuesta,
porque un pueblo cuando apuesta
por su elevado heroísmo
se despierta con el mismo
coraje con que se acuesta.
El batallón ciento ochenta,
entre tantos batallones,
cortó las aspiraciones
de la jauría sangrienta.
Cada miliciano intenta
lanzarse sobre la playa
para que después no haya
en el heroico escenario
del combate, un mercenario
que rompa el cerco y se vaya.
Esa histórica mañana
millones de manos juntas
se abrazaron a las puntas
de la bandera cubana.
Más gallarda y soberana
que nunca, la vi ese día
mientras que a la cruel jauría
en desbandada y maltrecha,
le empezó a quedar estrecha
la anchura de la bahía.
El día de la victoria
es para el pueblo cubano
un recuerdo miliciano
que ha trascendido a la historia.
Todo vive en la memoria
del pueblo sencillo y fiel
porque en el combate aquel
con renovada vigencia
está viva la presencia
combativa de Fidel.