Durante un intercambio reciente entre Miguel Díaz-Canel Bermúdez, presidente de la República, y Alena Douhan, relatora especial del Consejo de Derechos Humanos de la Organización de Naciones Unidas, el mandatario cubano destacaba el esfuerzo de todo el sistema de Gobierno y la Defensa Civil para evitar muertes en la zona oriental del país por los embates del huracán Melissa.
Preservar la vida, ese derecho primigenio, se convirtió en principal objetivo de cuanto se hizo antes, durante y después de las lluvias y los vientos, lo cual, como bien sabemos, contrasta con otras realidades de la región.
Esa es una de las mayores motivaciones de Cuba en el Día de los Derechos Humanos, que cada 10 de diciembre recuerda cómo se proclamó en 1948 la Declaración Universal sobre el tema.
Casi ocho décadas después de aquel hito, que tuvo a París, la Ciudad Luz como escenario, persiste la polémica sobre el contenido de sus artículos, su aplicación en cada palmo de la geografía mundial y, de manera particular, sobrecoge la desfachatez con la que se violan los principios establecidos como intocables en el documento más traducido del orbe, según varias fuentes.
Dos años tardó confeccionar la Declaración, pues el criterio de países bien distintos en cuanto a culturas, religión y conceptos de organización de la sociedad ayudó a enriquecer cada letra. El triste saldo de la Segunda Guerra Mundial exigiría consenso acerca de esas garantías para el bienestar, la paz y la justicia que necesitamos los habitantes de la tierra.
Pero a la vuelta de los años, después de convivir a diario con imágenes sobrecogedoras del genocidio de Israel contra la población de Palestina, y ante las crecientes amenazas belicistas del presidente norteamericano Donald Trump de atacar a Venezuela, vuelven a ponerse en tela de juicio las aspiraciones de igualdad, libre acceso a los servicios de salud, educación, participación en la cultura, el arte, la ciencia, entre otros postulados.
Tanto como los desastres naturales, las guerras arrasan con la estabilidad de cualquier región y sus consecuencias resultan incalculables. Y no solo me refiero a conflictos armados, ya que las variantes de guerra psicológica, mediática o económica también atentan contra el ejercicio pleno de esos derechos.
Alena Douhan conoció de cerca los obstáculos impuestos por el bloqueo norteamericano al desarrollo de la Mayor de las Antillas, así como su inclusión en la lista de países que, supuestamente, patrocinan el terrorismo. Tales estigmas nos cierran las puertas a financiamientos externos, torpedean la compra de alimentos, combustible, piezas de repuesto para el Sistema Eléctrico Nacional, medicamentos…
Entretanto, las insuficiencias internas hacen su parte, y esa nociva combinación afecta la calidad de vida de millones de cubanos. ¿Quién debe velar entonces porque la voluntad de un grupo de estados no resulte en letra muerta? ¿Acaso el 10 de diciembre sería propicio como punto de partida hacia una comprensión más equilibrada de los derechos, y deberes de cada individuo?
Nada más sagrado que la dignidad, la libertad y el reconocimiento ante la ley, sin distinción de raza, orientación sexual, idioma, credo, filiación política o lugar de procedencia.
Aprender a valorar y defender lo que muchas veces creímos conquistado del todo es otra vía hacia la concreción del sueño de Martin Luther King, Fidel, Guevara, Ho Chi Min, John Lennon, hacia esa perspectiva que coloca al ser humano en el centro de cualquier empeño.



