A William Ernesto González el huracán Rafael lo impulsó a su mayor éxito. Ese fue “el puntillazo” a la idea de cerrar el ciclo productivo, para comercializar sus plátanos no solo en manos o racimos, sino también en bolsas o potes de chicharritas, e igual las malangas.
Dice que ya estaban alistando un almacén para los abonos y surtidos de la minindustria, pero los destrozos del fenómeno meteorológico lo apremiaron más. “Pudimos aprovechar cuanto derribó. Lo que no se pudo mandar para consumo social, lo hicimos chicharritas.
“Y ahora la demanda es inmensa”, de cafeterías y restaurantes, trabajadores por cuenta propia, el mercado de la propia Cooperativa de Créditos y Servicios (CCS) Tomás Álvarez Breto, a la cual pertenece… y están preparando la documentación para vender en las tiendas CIMEX.
El amor y La Rosa
¿Quién le iba a decir al joven remero, formado luego como licenciado en Cultura Física, que se convertiría en campesino? Como dicen tantas canciones, son cosas del amor.
Cuando impartía clases en el preuniversitario Manuel Ascunce, conoció a Marlén Román Chacón, la dueña de la finca La Rosa, se casaron y, desde entonces, ha poblado de plátanos aquellos suelos fértiles.
“Siempre había labrado la tierra con mi padre, en la UBPC Rigoberto Corcho. Mi primer oficio fue en el área de autoabastecimiento, como boyero. Estudié mi carrera por curso dirigido, mientras trabajaba en la cooperativa. Al graduarme, comencé a impartir clases, hasta que vine para acá”, comenta.
La finca estaba en una situación difícil, debido a los terribles sucesos de septiembre de 2002.
“A los dos años, el ciclón Charlie la desbarató totalmente. La hemos ido encaminando. Transitamos de solo aguacates y mameyes al policultivo. Hay coco, café… y a cuanto tenemos de frutales le intercalamos plátano.
“Las 1,63 caballerías de tierra están ocupadas al máximo, principalmente con tres variedades de plátano: burro, manzano y FIA. A pesar de las dificultades, los rendimientos alcanzan diez toneladas por hectárea”.
Emprende esta labor junto con ocho obreros, incluido el personal de la minindustria y la cocinera. Ellos ganan mil pesos diarios, una cifra adicional a fin de mes (si no faltan) y parte de cuanto producen.
Pulpa de frutas y chicharritas
William asegura que siempre tuvo la idea de cerrar el ciclo productivo. “Era un sueño a lo largo de los años. Por lo general, los guajiros somos un poco caprichosos, y poco a poco lo hemos ido logrando, con la minindustria. Hacemos pulpa de frutas naturales y chicharritas de plátano, de malanga e incluso de yuca y árbol del pan”.
Revela que la garantía del nailon, los potes y etiquetas resulta engorrosa, y únicamente consiguen abastecerse mediante las Mipymes.
En cambio, elogia las virtudes del producto terminado. “Para el pueblo, un paquete de chicharritas es mejor que comprar una mano de plátanos en un mercado. Se ahorra el trabajo de cargarlo, de pelarlo, freírlo… y el gasto de aceite.
Llega directo a la mesa
“El precio es de 300 pesos en nailon y de 600 en pote; el recipiente lo encarece mucho. Pero queda más bonito, con más elegancia y cuida más la frita, porque no se parte; desgraciadamente, el pote tiene un alto costo, y hay que hacer las fichas de costo como son realmente.
“También el constante movimiento del dólar nos golpea, al comprar el aceite. Y la malanga igual posee un alto costo y se vende un poco más cara: el pote a 700, pero tiene una demanda espectacular; es la frita más rica que se come”.
Este remero y profesor devenido campesino ya cumplió un sueño, de modo que habrá de ir tras uno nuevo.
“Las personas trabajadoras siempre tienen un reto. Cuando cumplen uno quieren otro y luego otro más, todos en beneficio de la sociedad, fundamentalmente para que nuestras familias tengan un mejor nivel de vida y nuestro pueblo disfrute de lo que uno produce, con mayor comodidad cuando lleguen a sus casas.
“Mi reto es seguir hacia adelante; nada nos va a detener. Vamos a seguir luchando, con recursos y sin recursos. Es lo que nos ha tocado, y vamos a seguir sembrando plátanos”.






