En noviembre de 1900, hace ya 125 años, representantes del pueblo cubano, reunidos en La Habana, en Asamblea Constituyente, aprobaron de manera oficial el Himno de Bayamo, como Himno Nacional. Juan Gualberto Gómez, uno de los patriotas allí convocados, vio entonces cumplido un caro anhelo de su hermano blanco José Martí, que en la edición del periódico Patria, el 25 de junio de 1892, escribió:
“Patria publica hoy, para que lo entonen todos los labios y lo guarden todos los hogares; para que corran de pena y de amor, las lágrimas de los que lo oyeron en el combate sublime por primera vez. Para que espolee la sangre en las venas juveniles, el himno a cuyos acordes, en la hora más bella y solemne de nuestra patria, se alzó el decoro dormido en el pecho de los hombres…”.
Se refería el Apóstol a las notas de La Bayamesa, que asumieron como canto de combate los mambises desde la contienda independentista del 68. Música sublime que nació antes de la guerra y letra, compuesta por Perucho Figueredo, el 20 de octubre de 1868, en el pico de su montura, cuando entró victoriosa en aquella ciudad la tropa de Carlos Manuel de Céspedes.
Nuestro himno fue un canto compuesto para que su interpretación sirviera de llamado a pelear por la libertad de Cuba, contra el dominio colonial español por más de tres siglos y medio. Una convocatoria a darlo todo, hasta la vida, por alcanzar la libertad, que es el derecho humano más sagrado después de la vida misma.
A los cubanos nos caracteriza la tenacidad, la alegría, la expresividad, la voluntad de lucha, la capacidad para el sacrificio, el sentido del humor, la solidaridad, el espíritu de rebeldía y las ansias de justicia, el patriotismo y la disposición para luchar por la libertad sin medir el precio del empeño. No hay estrofas como las del Himno de Bayamo donde mejor se reflejen estas cualidades y por tanto, lo convierten en uno de los símbolos de la nación cubana.
Entonar sus notas debe ser un acto de reafirmación de sentimientos, desprovisto de condicionamiento, apatía, formalismo y obligación. No siempre es así. Es más, en la mayoría de las ocasiones no es así, pues en muchos lugares no se canta bien el himno.
A pesar de la aprobación en 2019 de la Ley 128 que regula el uso de los símbolos nacionales de la República de Cuba, el Himno de Bayamo camina, como otros símbolos nuestros –la Bandera de la Estrella Solitaria y el Escudo de la Palma Real– por el sendero de la vulgarización. No se tienen en cuenta lugares, condiciones y momentos en los que deben y pueden usarse, siempre de manera correcta.
Se confeccionan banderas y escudos con cualquier tipo de material, se colocan a veces al revés y en espacios donde no deben estar. He visto casos en los cuales, lejos de ser su empleo un homenaje, se convierte en ultraje. Lo mismo en la ropa, que en zapatos o en una pipa de cerveza. Con razón lo mencionaba Eusebio Leal en Cubadebate, se emplean los símbolos de la Patria con una idea absolutamente comercial por parte de personas que tergiversan un poco la necesidad y convierten en comercio lo que no es comerciable.
Sin creer que sea un propósito, la letra del Himno de Bayamo, en escuelas y en otras instituciones, no se interpreta con pasión, con solemnidad, ni con respeto. Pareciera que muchas personas no dominan la letra y lo cantan con pena, y complejo, limitándose a musitar en voz muy baja sus versos.
Hace años, en un preuniversitario, en encuesta aplicada a los estudiantes, creyendo algunos de ellos que era correcta la medida, respondieron que en los matutinos los obligaban cuatro o cinco veces a repetir el himno cuando no lo cantaban de forma correcta. No era como ensayo, dijeron. Los obligaban para castigarlos. Me pareció algo así como que “la letra con sangre, entra”. ¡Vaya manera de gestionar la convicción!
El aprendizaje de la letra del himno y su correcta entonación, han de ser fruto, en primera instancia, de un buen método de enseñanza de la historia, en las aulas o fuera de ellas; en la escuela, en la casa, en el centro de trabajo o el barrio. Los encargados de enseñar letra y entonación, tiene el deber, la obligación y la responsabilidad de hacerlo bien.
Después viene lo otro. Cantarlo y que se escuche bien o se escuche mal, es otra cosa. Pero el hecho de no ser afinados al cantar el himno, no puede hacer mella en la carga de emoción, reverencia y marcialidad que pongamos al hacerlo.
En fin, el himno nuestro es una marcha de combate y no entonarlo con fuerza y orgullo es trascender de lo incorrecto y la transgresión de la melodía y llegar al plano de lo irrespetuoso e irreverente. Siempre hay que entonar con fuerza y energía una letra compuesta para cargar al machete por Cuba libre o morir en el intento.



