Su nombre quedó grabado en la memoria de cuantos le conocieron en un terreno de béisbol. Apenas alcanzaba el noveno grado. Hablaba atropellado, pero certero. Excelente conocedor del juego y sus reglas. Ganador en funciones como director de equipo.
Ese era Rolando “Cotico” Enríquez. Incansable, exigente, aglutinador de hombres, capaz de convertir en campeona a una selección sin posibilidades. Lo hizo con San Antonio de los Baños y Alquízar. Llegó lejos por la perseverancia y tenacidad en el trabajo. No conocía la negativa a la hora de formar a un pelotero.
La mayoría lo considera uno de los mejores directores de béisbol que tuvo este deporte en la otrora provincia La Habana. Por ser así, llegó a las Series Nacionales junto a José Miguel Pineda, grande entre los grandes en la difícil profesión. Y vistió las franelas de los equipos Cuba B en eventos internacionales en Nicaragua.
Gustaba de la jarana, la cerveza fría y compartir entre amigos. Decía que “donde empieza el deber termina la amistad”. Se ganó el respeto de la afición, esa que hoy lo venera y añora. Sus números 13 y 34 serán recordados siempre cuando se hable de béisbol.
“Cotico”, el esposo, el padre, el educador, el amigo… no creía en regionalismo para integrar los equipos bajo su mando. Con él jugaba el mejor: quien se lo ganara, fuese de donde fuese.
Perder no estaba comprendido en su accionar beisbolero. Sufría la derrota y vivía con pasión la victoria. La muerte lo separó del Ariguanabo en la flor de su carrera deportiva. A la vez, lo inmortalizó. Tiene un privilegiado sitial en San Antonio de los Baños.
Pero el más hermoso homenaje no está contenido siquiera en estas líneas, sino en el diamante que lleva su nombre, el beisbolito erigido para que se siga jugando a la pelota en esta tierra de rectas y jonrones.



