Que las vacaciones pasaron para muchas familias sin saber que pasaron, sería repetir lo obvio. Cuando alguien avizoraba un cambio favorable en las oscuras noticias entre demanda y oferta energética, y guardamos algunasluces de esperanzas, ya pasados los dos meses veraniegos, sabemos lo difícil que ha sido ver la televisión, tomar agua fría, y despeinarnos con el ventilador de frente.
Pero septiembre llega, y es un mes de alivio porque siempre la escuela deberá ser un lugar para crecer, desarrollarnos y armonizar entre el talento y los conocimientos, los maestros y la familia, la educación y la comunidad.
Más de 35 000 hijos, sobrinos, nietos, vecinos… irán a clases de manera seminterna, unos 1 500 internos y 52 400 serán los alumnos externos, según el régimen de estudio en Artemisa, la mayoría en la primaria,sin contar las instituciones pertenecientes a Cultura y a Deporte.
¿Cómo lo harán? ¿Ya disponen del uniforme escolar, y los demás útiles? ¿Qué situación tiene el transporte, la merienda, y hasta otros sistemas de alimentación dentro y fuera de la escuela? ¿La plantilla de maestros y profesores, está cubierta? ¿Las alternativas de quienes estarán frente al pizarrón serán suficientes?
La base material de estudios, ¿lista? ¿Y las mesas, las pizarras, tizas, murales nuevos, y un bienvenidos al curso escolar en las pizarras?
¿Y la motivación? ¿Ese sentimiento por llegar temprano, con libretas forradas y puntas afiladas, cómo lo colocas en una barra del uno al diez? Todo me huele a pronóstico reservado en el noveno mes del año, pero la balanza se debe inclinar a favor de la educación. Ahí están las certezas, no solo de ingenieros y técnicos para un país que pondera la superación, sino para una sociedad que será mejor, mientras más educados sean sus hijos.
No hay varitas mágicas. Los educadores y los alumnos son parte de nuestras familias. La estimulación colectiva, esa que llevará a los centros educacionales por buen camino, dependerá de cuánto podamos inculcar en lo individual dentro de las cuatro paredes de cada hogar, del reconocimiento del barrio, del apoyo de la comunidad, del accionar objetivo de otros centros laborales cercanos al escenario docente.
Siempre la escuela precisó del apoyo familiar. De un padre albañil que ayudara con el repello, de una costurera hilvanando la cortina del baño, y de un sabelotodo detrás del tornillo perdido para asegurar mesas y sillas, la tablilla de la ventana, la tupición del baño, o el estante de los libros y la lámpara del aula.
Ahora, quizás, haya que multiplicar cada apoyo. No darle la espalda a todas las pequeñeces que fracturan la enseñanza, en un tiempo muy difícil en la economía global, nacional…familiar.
Las conjeturas de que ahí está sentado nuestro futuro, y ese será mejor si así es su nivel de educación y aprendizaje es una verdad para asimilar.
Septiembre entra como flecha rasgando cualquier piel por fuerte que sea. Los testimonios del valor de una goma en 300 pesos, el arreglo de un uniforme en 1 000, las mochilas y los merenderos capaces de superar dos salarios comunes, sin contar medias, zapatos… son desgarradores.
Sin embargo, ¡créame!, lo que sí no tiene valor es que el proceso docente educativo sea exitoso, y eso no depende exclusivamente de lo anterior, sino de ponerle el alma al despertador y dedicar a la educación lo más preciado: tiempo.
Septiembre no es solo de un sector, el de la Educación. Septiembre somos todos. No depende ni de uno ni de dos, en esa ecuación somos mayoría.
Avivar a septiembre, ayudarlo a respirar, a sonreír, a brillar, a sostenerse con sus propios pies, a perdurar. Sacarlo de su pronóstico reservado, sería salud para toda la familia.
Septiembre, pudiera ser es mes de los mayores gastos en atuendos escolares, pero también es el de los comienzos, el de los valores, el de la continuidad de estudios, el de los amigos reencontrados, el de nuevas experiencias y alegrías.
Septiembre es un camino. Quitemos las piedras y saltemos las barreras. Andarlo juntos nos permitirá llegar al mañana, tal vez no más rápido, pero sí más lejos, más seguros.