Diría que Donald Trump ha leído a Eduardo Galeano, si no fuera por lo inverosímil de tal aseveración. Recuerdo cuántas veces admiré la certeza e ironía del escritor uruguayo, cuando se preguntaba si no sería un error llamar Secretaría de Defensa al órgano de gobierno que se ocupa de la fuerza militar de Estados Unidos.
Incluso insistía en el “presumible” error de llamar Presupuesto de Defensa al dinero que la alimenta.
“Defensa me parecía una palabra equivocada, teniendo en cuenta que Estados Unidos no ha sido jamás invadido por nadie, pero en cambio se ha dedicado a invadir a los demás, desde los albores de su vida independiente, a un promedio de una invasión por año.
“¿Y por qué esos gastos de Defensa siguen siendo tan enormes, casi el doble que en 1980? ¿Defensa contra quién?”.
Lo cierto es que, recientemente, y en un arranque de cinismo, el mandatario de ese país norteño firmó una orden ejecutiva para restablecer oficialmente la denominación “Departamento de Guerra” a la agencia federal a cargo de las Fuerzas Armadas. En su opinión, envía un “mensaje de victoria” inequívoco al mundo.
Sucedió a solo un par de semanas del Día Internacional de la Paz, que se celebra cada 21 de septiembre desde 1981, cuando la Asamblea General de las Naciones Unidas lo instauró, como una fecha para fortalecer los ideales de fraternidad en todas las naciones y pueblos.
El pretendido emperador del mundo le ha asestado una puñalada a la paz. Otra. Y cada vez se esgrimen razones nobles. Si en otros tiempos las guerras ocurrieron por el mandato de la civilización o la voluntad de Dios, después han sido por la seguridad internacional, la defensa de los derechos humanos, la democracia, la libertad, la lucha contra el terrorismo y ahora contra el narcotráfico.
Galeano les reprocha que ninguna tiene la honestidad de confesar: “Yo mato para robar”.
Aunque Estados Unidos consume la mitad de las drogas químicas que se venden legalmente en el mundo, y más de la mitad de las prohibidas que se comercian ilegalmente (con apenas el cinco por ciento de la población mundial), dirige sus barcos de guerra hacia las costas de Venezuela, para “combatir el narcotráfico”.
Mientras, su aliado Israel condena a los palestinos a la muerte y humillación perpetua. Han perdido su patria, sus tierras, su agua, su libertad, su todo. Ya poca Palestina queda. El sionismo la está borrando del mapa.
Bien decía el lúcido uruguayo que “las balas sacralizan el despojo, en legítima defensa. No hay guerra agresiva que no diga ser guerra defensiva. Hitler invadió Polonia para evitar que Polonia invadiera Alemania. Bush invadió Iraq para evitar que Iraq invadiera el mundo. En cada una de sus guerras defensivas, Israel se ha tragado otro pedazo de Palestina, y los almuerzos siguen”.
Tiene luz verde de la potencia mandamás. Y tiene a los medios masivos de manipulación: esos invitan a creer que una vida israelí vale tanto como cien vidas palestinas, que son humanitarias las 200 bombas atómicas de Israel, y que una potencia nuclear llamada Irán fue la que aniquiló Hiroshima y Nagasaki.
Si el Sur global, con China y Rusia a la cabeza, no hacen de la comunidad internacional algo más que el nombre artístico de los Estados Unidos cuando hace su teatro; si no se detiene a Israel y se le pone frenos a la filosofía del despojo que hoy impone Trump, no habrá paz.
Tampoco la habrá sin igualdad y justicia social. Sin derechos no hay igualdad y sin igualdad no hay paz.
Cierto, será una lucha difícil. Los poderosos no cederán su poder mansamente. Los ricos no permitirán que su riqueza disminuya, siquiera en unos pocos dólares.
Pero está demostrado el poder de la unidad y la movilización mundial. Las calles del mundo se han pintado con los colores de la bandera palestina. Madrid convirtió la etapa final de La Vuelta a España en una manifestación masiva… contra la Guerra de Israel en Gaza. Con esa fuerza de los pueblos, la paz tiene una oportunidad.