El índice de accidentalidad asociado al tráfico se ha incrementado de manera alarmante en el país. Y no se trata de estadísticas frías, son vidas marcadas por la fatalidad o la incertidumbre de esperar la evolución de traumas en el cuerpo y la mente, ya para siempre.
El fenómeno, cada vez más preocupante, acumula fallecidos, lesionados, dolor y susto en las familias y la sociedad. Genera morbo en redes sociales, polémica y sensación alarmante de infortunio por designio.
Sin embargo, muchas tragedias de este tipo pudieran evitarse. El tema, discutido una y otra vez, parece cansar, pero el efecto de conocerlo bien no se traduce en cuidados y menos accidentes.
Cualquiera de nosotros que viaja o transita con frecuencia en carros públicos o privados, coincidirá en lo mucho que se recurre a excesos de velocidad talmente innecesarios.
Por varias razones casi siempre callamos ante la negligencia, unas por baja percepción de riesgo, otras por temor a la reacción indeseada de dueños y conductores, quizás por temor o falsa gratitud tras la “botella”.
Retarse directa o sutilmente entre vehículos que se adelantan uno al otro en autopistas o carreteras, es una práctica tan antigua como infantil (error de nuestra parte, inmadura, pues la falta de responsabilidad no puede así asociarse a las infancias); y lamentablemente sucede todavía.
Manejar tras la ingestión desmedida de alcohol es otro caso frecuente. El irrespeto a las leyes del tránsito, las más básicas, constituye otra causa bastante común del día a día.
Cada jornada se viola la regla de la distancia adecuada entre los autos, se intenta adelantar en puentes, curvas y espacios reducidos, en situaciones límites del tráfico.
A diario incrementa la circulación de ciclomotores eléctricos o motocicletas de combustión conducidas por menores de edad (adolescentes y hasta niños), sin cascos protectores, sin licencia, sin conocimiento de vialidad ni de leyes al respecto, y sin la supervisión estricta de padres o tutores.
Las carreras de madrugada cuando se sale de fiesta, la ausencia o escasez de control, marcan la cotidianidad. Tal parece que perdieron el carácter ilícito estas prácticas en extremo peligrosas.
Y en tantos de estos casos, las consecuencias afectan más allá de quienes asumen tales actos. Inocentes pagan a diario por conductas ajenas.
Si se nos hace posible no dejar el futuro a la casualidad, actuemos temprano y tomemos partido en el asunto. No seamos cómplices, ni víctimas.
Hable a tiempo, reclame, exija su derecho a la seguridad y la vida, brinde el consejo oportuno, evite lo que sí sea evitable. Se lo pide esta comentarista porque lo ha hecho, además, se ha llevado la agradable sorpresa de la receptividad.
El tema preocupa a casi todos. Por ejemplo, el portal Infomed, del Ministerio de Salud Pública, ha publicado artículos donde especialistas de la rama se cuestionan, si los accidentes del tráfico llegan a ser una epidemia en Cuba.
Solo en enero de este año, se reportaba por el Ministerio de Transporte, un accidente grave a la semana en el país y las cifras han ido en ascenso. Para el mes de mayo, habían ocurrido 150 menos que el año anterior, pero aumentaba de manera puntual el número de fallecidos. Así que duelen más en el alma y la familia como cimiento de la nación.
Por otra parte, el mal estado de las vías es tan real como poco cambiable a corto plazo, pero la conducta y las actitudes sí pueden moldearse y adaptarse. No precisan gran dominio de la psicología ni recursos materiales, solo un poco de sentido común y de quererse la vida.
Lleguemos seguros antes de hacerlo más rápido, la celebración y la euforia tienen más valor si las vivimos sin riesgo y regresamos todos a la casa.