Volví al parque infantil Elpidio Valdés por una llamada telefónica que me convidaba a la actividad por el Día de los Niños el pasado tercer domingo de julio, incluso, con carácter nacional en Artemisa.
Aunque ni siquiera la algarabía lógica de los más pequeños, el ruido de los aparatos de diversión o el audio, simulaban fiesta, entré.
Pues, sí. En el pequeño escenario -casi al final del parque- una actividad hacía reír a algunos y pensar a otros. Como muchas veces, estaba inmóvil el carrusel, incapaz ya de hacer galopar a los caballitos, esos que también dan nombre al mayor parque infantil de los artemiseños.
Un tique, un módulo… una estrella con algunos espacios cubiertos, las sillitas pequeñas, y alguna que otra bicicleta o un “salta salta”, entretenían a los chicos en un espacio suficientemente bello como para no desperdiciarlo y darle riendas sueltas a la imaginación, crear o mejor, re-crear sobre la base de lo mismo que tenemos.
A este parque le hemos cortado muchas veces la cinta de inauguración. Lo hemos criticado mucho, lo hemos amado mucho, lo hemos visualizado en decenas de informes y planes.
Este lugar, con casi una cuadra de largo y de ancho, ha sido objeto de inversión con presupuestos de la provincia, el municipio, y la Empresa de Alojamiento y Recreación a la cual pertenece, y si bien estaría decir, que al menos no está en ruinas como otros, tampoco llega a cumplir los 15 esperados.
Como la plaza 26 de Julio, a la entrada de Artemisa, y la Casa de la Música -perteneciente a la Empresa de Grabaciones y Ediciones Musicales- son sitios líderes en la recreación juvenil, aunque también los destinen a otros públicos o propósitos, y han tenido sus días malos, Elpidio Valdés debería ser ese lugar ideal para la fantasía de los más pequeños.
¿Por qué? Los sábados y domingos de cualquier mes del año, incluso la mayoría de los días de julio o agosto, saben bien de las cuestionables actividades destinadas a este público, de niños aburridos o entretenidos a nivel de móvil, de padres atareados entre el agua que no llega o la electricidad, de cómo así, la ingenuidad de ellos se va traspapelando en otros roles que no guardan relación con sus edades.
¿Es cierto que un niño feliz será un adulto sano? A juzgar por mi experiencia, sí. Los tiempos cambian, los modos de recrear también, pero empinar papalotes, bailar trompos, pintar, colorear, disfrazarse, jugar a las carreras de sacos o a los escondidos, al pon o la roleta, no deben pasar de modas, ni siquiera para los padres.
¿Hacen falta muchos recursos? Quizás. Algunos tienen valor monetario, y habrá quien lo deba presupuestar, pero la mayoría no.
La voluntad y los deseos de hacer, la creatividad y la exigencia, la fuerza que daría unirnos de verdad quienes tenemos y podemos, no tiene mucho costo, salvo el tiempo, y el por qué lo justifica.
¿Quién da más por este lugar? Alguien pudiera listar empresas estatales o no, cooperativas, emprendimientos que en su objeto social tienen relación con los niños. ¿Ya?
Ahora, ¿pensemos si hemos hecho todo lo que está a nuestro alcance, o lo hacemos solo para una fecha, por una presidencia que nos visitará, para cumplir el plan, o de manera común? No será la última vez que hable de Elpidio Valdés, como tampoco es la primera. Pertenece a una entidad que intenta respirar, y lo está logrando en alguna medida y lugares, a un Grupo Empresarial que en medio de un contexto económico complejo inauguró obras de bien público en saludo al 26 de Julio, y eso es gratitud, por ello confiamos en otra vida para Los Caballitos. Al galopar, también lo hará el futuro. No olvidemos que para ellos trabajamos. Son la esperanza.