Allí donde ellos ríen, con los ojos, con los gestos todos, con la inocencia al rojo vivo, con las garantías precisas, la vida sabe a bien. Los niños deben reír y tienen que vivir bajo la protección y los afectos.
Dividido el mundo, segregados y clasificados los criterios, las clases, las sociedades, los iguales; si quedara un único asunto que alcance a reconciliarnos con el consenso, sea este la niñez, el deber sagrado que imponen sin puño las infancias.
Sirva el primero de junio para unir y tengamos a los hijos del mundo como alivio cuando rían, pero arda el dolor y reverbere en modo lucha cuando la injusticia los condena y los agravia.
Yo tengo una mirada en un rostro pequeño al que acudo por refugio, que puede de inmediato devolverme la esperanza, lo tiene, los tiene usted también, los tenemos a ellos como escudo ante los golpes y las durezas. Lo lógico es devolverles un poco de esa paz que surten.
A preguntarnos hoy, qué hacemos por su tranqui- lidad emocional y física. ¿Estamos siendo valientes y serenos frente a los niños? ¿Le aportamos a ellos la fe que necesitan? ¿Cuánto le fabricamos a diario caos o esperanzas?
Aunque lo emocional no alcanza y está claro, la madurez inherente a los adultos casi nos obliga a meditar sobre lo que merecen o no los infantes y el futuro.
No merecen por ejemplo, ser excusa para riñas, quejas, rebeldías infértiles contra la institución necesaria que es la escuela, como tampoco merecen las miserias materiales y humanas que disputan hoy los espacios concretos o virtuales.
No merecen empuñarse como lanzas en debates donde, a todas luces, dejan de ser el centro del lamento y la preocupación sinceros.
Merecen pan (la metáfora tangible del alimento cotidiano) como merecen estrellas y cielos, aquellas tantas otras cosas que les queremos dar y en su búsqueda nos volvemos mejores por y para ellos.
Seamos valientes y dolientes por los que deben reír, pero seamos justos con todos y cada uno de los niños; el cercano, el lejano y el remoto. Que eso implique ayudar también a su familiar adulto, tratarnos como humanos sin pretender una ventaja, una superioridad ni una ganancia.
Todo infante es sagrado sí y sale de un hogar, de unos padres, de muchísimos contextos y sitios, mire- mos desde y para allí sin egoísmo. Con más temple y menos justificaciones, con la obligación de asumir todo el peso del bienestar que les compete.
A esta Isla herida hoy por los sinsabores de la rutina, por el daño multifocal de propios y de extraños; le quedan aún luces que no vemos ante la niebla de tanto problema y tanto desaliento, pero están. El programa materno infantil y otros que no son pocos y procuran el abrigo y protección al más vulnerable de los grupos humanos. Ya no parecen alcanzar a la mayoría, ya se hieren también, mas no perecen.
Cuba, con la Revolución ya en el poder, escogió el 1 de junio igual que otras naciones, desde 1963, para celebrar el Día Internacional de la Infancia, instituido por acuerdo de la Conferencia Internacional de Defensa de la Niñez, celebrada en Viena en abril de 1952.
Hoy toca desde arriba hasta abajo y viceversa, por cada uno de nuestros niños, renovar el aliento y hacer un poco más, nunca es suficiente lo ya hecho, ahora tampoco es momento de rendiciones, ni de excusas, ni de debilidades. Todo sacrificio y toda lucha, ni siquiera las lágrimas o los desvelos, jamás algo será en vano, por los que deben reír.