Son las cinco de la mañana y en la calle de palmas, a unos tres kilómetros del centro de la ciudad de Artemisa, una mujer campesina empuja el sol. Aún no amanece, pero ella contagia sin reparos los primeros minutos de su día con el aroma a café.
Después de esa taza, con botas y sombrero de por medio, Yamila Marrero Alfonso echa a andar hacia parte de las 40,26 hectáreas de tierra bajo su mando, como usufructuaria, hace una veintena de años.
Suelta sus carneros a campo traviesa, va por los caballos, y hasta atiende a los ponis: esa raza de equinos con los cuales se encariña, entretiene a sus dos nietos y desfila al trote cada Primero de Mayo, para darle más colorido al compromiso con su Isla.
En 13,42 hectáreas acopia muchas de sus voluntades al cultivar caña de azúcar. Por estos días sube a la combinada que corta la gramínea, con no pocos obstáculos ceñidos por la ausencia de combustible.
“Ya veremos el rendimiento. El paquete tecnoló- gico ha estado muy escaso; no obstante, las atenciones culturales necesarias han sido taller y escuela en mis surcos”, detalla en una conversación apresurada.
Es una mujer sin horarios fijos para enrumbar con el tractor sembradío adentro, ensillar una yegua, o rodar su moto hasta las fincas de los asociados de la Cooperativa de Créditos y Servicios Marcos Martí, ubicada en el Consejo Popular Lincoln, la cual dirige desde 2013, con unos 200 miembros, 98 de ellos usu- fructuarios.
¿Qué importa si hay rocío, si la neblina le sacude cualquier alergia o el sol penetra por cada poro? Ella es de las que toma la guataca para desyerbar surcos de boniato o yuca, o un saco al cosechar viandas con el resto de los campesinos de su finca.
Ella también revisa los cuatro puntos de venta de productos agropecuarios de su cooperativa, donde, por cierto, combina vanaglorias de surtidos y precios, a pesar de estar siempre insatisfecha con ambos.
Hay tres bodegas que la desvelan de noche y de madrugada. La entrega de cien mil litros de leche al año, de lunes a lunes, es un compromiso inviolable con los más pequeños, y con el país que busca sustituir importaciones. Los acarrean a través de tiro directo, desde el pro-pio ordeño manual de los guajiros de su CCS, hasta el mostrador de cada centro de comercio.
Así es Yamila, la mujer, la campesina, la usufructuaria y presidenta de una CCS, la delegada directa de Artemisa al Congreso de la Anap, a la misma que el destino le ha facturado nostalgias de más.
No cicatrizan aún las precipitadas partidas al infinito de su padre y esposo, sostiene el duelo por la lejanía de uno de sus hijos. Quizás, cuando todo parecía navegar en calma, el accidente de su otro hijo, más la enfermedad de su hermano de 47 años, que mitiga con tratamiento de hemodiálisis, atenciones y cariños, volvieron como otra bofetada del destino.
Pero ella se vuelve fuerza, la lleva consigo. Es tal vez el punto cubano de esta manigua que precisa de mujeres y campesinas. Nos parece que nada mengua su energía, o mejor, sabe cómo la recobra no solo en la tierra que cultiva, también cerca de un pedazo de azul, en Majana, parte de la costa sur de Artemisa, donde otros aires respira.
La conversación da más, pero Yamila, la de la calle de palmas, anda siempre de prisa. Entre su dinámica es miembro del comité provincial de la Federación de Mujeres Cubanas, guarda en su vitrina la Medalla 23 de Agosto, y participó en su octavo congreso, en 2024.
Esamismamujerquedentrodeellavibra, inspiracomo campesina. Ha sido Vanguardia Nacional de la Anap, por cuatro años consecutivos, al igual que su cooperativa, y ambas ostentan la Bandera de Honor Niceto Pérez.
Casi se despide, pero le guiño el ojo, y hace entonces otra pausa para hablar del Congreso de los campesinos cubanos.
“Nuestro compromiso como CCS cañera es entre- gar más de 6 500 toneladas de caña en esta campaña, y el Central 30 de Noviembre, puede contar con esa molienda, por ese propósito vamos de sol a sol. ¡Trabajar y trabajar, ese es mi mensaje!
“Las labores del campo cada día son más espinosas para mujeres y hombres, pero de que ¡se puede, se puede!”