Debo hacer una aclaración sincera: cuando me pidieron escribir un antídoto a la soledad, no fue precisamente, por mi (casi nula) maestría en el tema, sino por las ideas rebeldes que a todos alguna vez nos sacuden en la adolescencia. Yo agradezco enormemente la causa.
No puedo silenciar la compañía de esos seres más o menos extraordinarios, esos que dan sentido nuevo a las cosas viejas, o llenan el espacio antes cubierto de ausencias.
Definitivamente, el arte de las palabras resulta la mejor compañía del mundo, con su posibilidad de convertirse en un vicio poco sano, tal como las drogas, el alcohol, los amores distantes y huir de ciertas realidades. En la lectura siempre existe esa delgada línea. A cambio, y por si fuera poco, despierta la sensibilidad.
La gente puede hasta considerarla parasitaria. Y en efecto, la literatura se alimenta de uno mismo. Induce a descifrar desde nuestro propio espacio los numerosos significados de un texto. A pesar de las diferencias culturales, muchas emociones humanas son universales.
Por supuesto, leer entraña una responsabilidad, y parte siempre de las ganas de hacernos bien. A eso también me abrazo. Entenderlo del todo me ha llevado tiempo, pero cuando la vida se empeña en quitar algunas cosas, los libros dejan muchas otras. Me refiero a sus materias: las emociones, las palabras, la opinión…
La complicidad de las ideas hace de lo expresado un complemento de la condición humana y un fenómeno de duración en el tiempo. No existen entre ellas buenas o malas (valorar una pieza artística, de la clase que sea, resulta siempre tarea compleja); algunas solo nacieron cuando se les necesitaba.
El acercamiento a la literatura nos aproxima a su vez a la comprensión de diferentes puntos de vista, sin dejar de defender el propio. Enseña gramática, vocabulario y estructuras narrativas.
Y no es preciso entender el realismo mágico de García Márquez, explorar la realidad versus el idealismo de Cervantes o el existencialismo de Dostoievski, basta con aferrarse al sentir.
El mundo es diferente para todos: Anna Karenina se encuentra atrapada en compañías que no desea, mientras Frankenstein refleja el rechazo total de los humanos. La transformación física de Gregor Samsa hace de su rutina una lucha interna contra su propio yo. Y el crimen de Raskólnikov trae su aislamiento autoimpuesto como castigo.
Cada uno ofrece una perspectiva única en nuestra búsqueda de significados. Sus objetivos, como los nuestros, son siempre lo mismo: encontrar conexiones genuinas.
A veces estamos profundamente solos. Pero la soledad resulta tan relativa como el tiempo. La gente con muchas pasiones tienen pocos vacíos por llenar. Como antídoto a las ausencias, yo siempre recomiendo un libro. Al fin y al cabo, “leer es abrazar”.