Lo sé no solo por los años de vida que este noviembre marcará mi calendario. Y sí por las responsabilidades que me crecen a diario y los temas que ahora suelen preocuparme y que antes sentía como algo muy, muy lejano. Un lugar al cual llegué, casi sin darme cuenta.
He crecido sí. Porque mis visitas a hospitales, mi relación con tarjetones de medicamentos y mi conocimiento sobre dosis exactas y remedios para aliviar fiebre o tos en las madrugadas, son envidiables.
Ya crecí, porque los que me rodean se preocupan y ocupan cada vez más sobre los beneficios del sistema de pensiones sociales. “En septiembre de 2027 serán 47 años de trabajo ininterrumpido”, me comenta mi papá. “Si tengo salud –agrega- me reincorporo. En la casa no me quedo”. Entonces juntos debatimos, evaluamos lo positivo, lo negativo… como hacen los adultos.
Y es que ya soy toda una mujer. Porque sobre mi espalda no solo llevo el peso de los libros, el cansancio de brincar como loca al compás de la música en la madrugada, o simplemente el agotamiento de a veces no cargar con nada. Ahora mi mundo es más complejo. Como solía parecerme el mundo de mis padres, hace un tiempo no muy lejano.
A ellos les garantizo mi presencia a las recurrentes consultas al médico. La necesidad de mantenerme informada de los medicamentos que llegaron a la farmacia. ¿Qué vuelta son?¿Llegó el tratamiento completo? ¿Por qué papi no me llamó a la hora de siempre? ¿Mami estará hoy en la Universidad?
Y está Amelia. Todos los días cuando la miro pienso en aquella frase usada que hemos escuchado todos: «Ya me entenderás cuando tengas hijos”. ¡Qué rápido se cumplió la predicción de mis padres!
Crecí, y con ello, la realidad se ha vuelto más palpable. La vida se presenta como un andamio de responsabilidades que a veces abruman, pero que también enseñan. Cada visita al hospital no solo es un recordatorio de la fragilidad de la salud, sino también una lección sobre la resiliencia y la importancia de estar preparados para lo inesperado.
Ser adulta implica tomar decisiones que antes no me preocupaban. Ahora, cada elección tiene un peso diferente: desde el tipo de alimento que elijo comprar, hasta el tiempo que decido dedicar a mi superación o al trabajo.
La vida se ha convertido en un constante balance entre lo que quiero y lo que debo hacer. Y en este proceso, he descubierto que el amor por los míos es el motor que me impulsa a seguir adelante.
Miro a mis padres y pienso en otros cubanos como ellos, en la edad de merecer compañía, atenciones, gratitud, cuidados… A esos que hoy les lastima la soledad, la migración, la escasez de recursos, la crisis económica que nos ahoga…
Y vuelve ella, con su inocencia y alegría, me recuerda lo que significa ser niña. Quiero ofrecerle lo que mis padres me dieron: un refugio seguro, una guía en el camino hacia la adultez. Esa etapa en la que hoy me regodeo.
No hay dudas. He crecido. Y aunque a veces desearía poder retroceder a esos días despreocupados, sé que cada experiencia vivida me ha hecho más fuerte. Estoy lista para enfrentar lo que venga, porque ahora entiendo que crecer no es solo sumar años, sino aprender a vivir con propósito y amor en cada paso del camino.