Un estudio económico revela que el mejor momento para comprar algo es el año pasado. Lo decía el comediante Marty Allen con esa certeza típica del humor, y no importa si se refería a otra nación o lo afirmó décadas atrás: así sucede justo ahora en Artemisa y Cuba entera.
La mayoría de los precios suben a despecho de la lógica, aun cuando los vendedores acataron la regulación para ciertos productos. Y asevero esto porque, cierto, la producción es baja y la oferta insuficiente, pero similar a la de otros momentos: los precios suben sin más detonante que el tiempo y la ambición de los comerciantes.
Se mueven como rehenes de una espiral donde quien manda es solo la especulación. Así, unos culpan a otros de la escalada, a campesinos, Mipymes, albañiles, transportistas, mecánicos automotrices… En conversación con un bicitaxista, ya ni siquiera apelaba a los costos en gomas o reparaciones, sino que justificaba su tarifa con el socorrido argumento de cuánto debe pagar cuando acude a comprar viandas, arroz, aceite, pollo…
-Por eso tengo que subir el precio, me dijo.
-¿Y a quién le sube el precio quien trabaja por un salario?, le contesté. ¿A quién se lo sube el maestro, el médico, el periodista, la operadora telefónica, la secretaria, el pelotero…?
La cadena se rompe por el eslabón más débil, los que trabajan en el sector estatal presupuestado y perciben un salario fijo. Ellos no pueden defenderse de la espiral especulativa, no aumentando los precios de sus clases, diagnósticos, reportajes o jonrones.
Y por eso no puede aceptarse semejante “defensa”. Quizá suene idealista apelar a la ética y al sentimiento, pero a los vendedores ha de quedarles algo de seres humanos, siquiera en el fondo; deben entender que no todos tienen precios que subir, ni todos abandonarán su profesión, aunque muchos lo hagan.
Tampoco propongo que la única solución sea moral. Los gobiernos han de participar en la conformación de precios cuando sea preciso, y llegar a acuerdos, a partir de márgenes de ganancia razonables, que incluyan los costos reales. Y los inspectores han de velar por su cumplimiento.
No se trata de una cacería de brujas, ni de frenar los emprendimientos o acecharles con una vigilancia enfermiza; basta con organizar una carrera sin frenos, esa que implementa márgenes de utilidades insospechables en el resto del mundo.
Más allá de nuestras fronteras, tales márgenes ascienden máxime al 35%. Ni Elon Musk imaginaría por cientos como los de nuestras Mipymes y cuentapropistas. Y, pese a que los motivos sean muy diferentes y cuanto recauden no vaya a parar al bolsillo de nadie, sino a redistribuir entre todos, las tiendas estatales también habrán de reajustar precios obsoletos y exasperantes.
A los titulares de negocios privados será oportuno enseñarles el proverbio de “abarata, tendero, y ganarás más dinero”. Será justo preguntarles cuánto vale un jubilado, un estudiante universitario, una persona, para ellos. Será pertinente insistirles en cómo piensan se “defenderá” el maestro o el médico: ¿a quién le subirán el precio?