Volver a las aulas fue siempre motivo de emociones después de las vacaciones de verano. Es hora de reencuentros en todas las enseñanzas y aunque cambien los tiempos y las circunstancias, habrá con seguridad personas animadas por el regreso.
Las escuelas son otra vez el centro de la atención, los uniformes, los libros, los maestros, el grupo.
En la vida escolar, seas continuante o de nuevo ingreso, ante el inicio del curso, te esperan sensaciones variadas; metas inmediatas o proyectos, curiosidad, añoranza, retos.
Hoy entraña un poco de nostalgia comentar sobre el tema, pero no son las emociones la diana del asunto, ni pretendo imponer que por ley de vida, el pasado fue mejor que el ahora.
Los profesores frente a las aulas son dignos del mayor respeto, lo merecieron antes y lo deben tener ahora, en momentos tan difíciles, pero ganarlo cada día con el ejemplo, es la mejor manera de asumir el magisterio.
El alumno, devenido más necesitado del proceso docente, deberá poner el mayor interés y entender su rol activo en un panorama que exige cada vez más la autogestión del conocimiento en Cuba y el resto del mundo.
Las familias, ojalá estén conscientes de lo útil que será siempre el aprendizaje para sus hijos, entre las pocas cosas de las que nadie se arrepiente luego y que tantísimo aporta, tarde o temprano.
El teléfono móvil e Internet son ya variables del sistema cual herramientas poderosas, pero ojo, la clase resulta sagrada y una parte significativa del contenido que asimilamos llega desde el contacto visual con el maestro; aquello que creyó fundamental y lo subraya, el debate, la duda, así como el testigo del grafito o de la tinta en nuestras notas.
Si otra certeza necesitamos tener y asumir, es la importancia de que los niños, adolescentes y jóvenes logren por ellos mismos sus resultados académicos.
Innegable el papel de un guía que oriente cada paso, pero la tarea es del estudiante; el examen, el trabajo práctico, la tesis, la modalidad de evaluación que sea.
Lejos de ayudar, hacer los deberes al educando, provocará daños en todos los aspectos de la vida. No es un adulto en la casa, ni el tan útil gestor de contenidos e impresiones de nuestros barrios, quienes tienen que hacer el trabajo extraclase a los muchachos.
No corresponde tampoco al vecino prestigioso, al amigo que sabe un mundo sobre el tema. Es cierto, la escuela trasciende las puertas de ese inmueble físico y simbólico, aprendemos constantemente y en todos lados, pero jamás el fraude fue triunfo para nadie.
Es torpeza engañarse a sí mismo o afectar con ideas erradas la concepción de la vida a quienes carecen aún de madurez para enfrentarla.
Poco definen las presentaciones extravagantes, no está bien faltar al trabajo porque el niño discute un seminario, ni dar a cada miembro del equipo de estudios un texto para que se lo aprenda o lea, el día indicado en el aula.
El maestro también tendrá que regular los procederes y las conductas que muchas veces, con la mejor de las intenciones, faltan al sentido de la independencia que en su formación el ser humano necesita.
Tomemos la llegada de un nuevo curso como motivación para encauzar (nos/los), para guiar sin infringir, para moldear a quienes aprenden a ser y precisan convertirse en adultos responsables, capaces y sinceros.
La sociedad que queremos depende de la escuela más de lo que parece, por medio de ella empecemos a tornar las aspiraciones en certezas.