Este 2 de septiembre niños y adolescentes volvieron a las aulas en Cuba, algunos acudieron por primera vez. Previo a ese momento, ha estado el concurso de padres y de la familia, en general, en la búsqueda de lo necesario para un inicio satisfactorio.
Ajuste de uniforme, calzado, mochila, merendero, útiles de estudio, en fin, un glosario de recursos que tiene considerable efecto en el bolsillo de cualquiera, sobre todo en días que los precios andan como los aviones y no parecen aterrizar en pista alcanzable al trabajador común.
Pero bien, cada cual hizo el esfuerzo para dar a su estudiante lo mejor posible. En medio de la euforia de los inicios, a veces olvidamos garantizar a los pequeños cuestiones esenciales, tan o más importantes que las ya mencionadas: educación, empatía, ganas de aprender.
¿Cuántas veces hemos leído o escuchado la frase: “La familia educa y la escuela instruye”? Ciertamente, como se concibe la educación en Cuba, el centro escolar debe contribuir a la formación del niño como ser humano; pero no pretendamos que la escuela asuma la parte de la labor formativa que como padres nos corresponde; en todo caso, debería reforzarla.
Los buenos modales y valores se enseñan en la casa, con el ejemplo; ya sabemos, surte más efecto el: “Haz lo que yo hago, que haz lo que yo digo”.
En la escuela se aprenden, fundamentalmente, las materias. He ahí otro asunto esencial: incentivar a nuestros hijos en el disfrute del conocimiento. Intentar que vean la escuela como lo que es, o debe- ría ser siempre: una oportunidad para el aprendizaje de nuevos saberes, el descubrimiento del mundo que los rodea; y no, como un lugar aburrido, al que debe ir por obligación. Y en este punto, mucha responsabilidad tiene también el maestro en el aula.
La voluntad de aprender, el esfuerzo en los estudios, debe ser motivo de orgullo y no de burla, fenómeno más frecuente en los adolescentes. Nos toca mostrarles la importancia del conocimiento, cuestión particularmente compleja, porque a veces, pareciera que “la idioticrasia” estuviera de moda y que la sabiduría fuese motivo de ridiculez.
Debemos recordarles que la evolución de la humanidad fue posible gracias, precisamente, al estudio de personas dedicadas a resolver problemas y enigmas que el ser humano no había podido desentrañar.
Y enseñémosles, además, que la historia de la humanidad está protagonizada por hombres y mujeres que supieron entender y compartir el sentir de los pueblos, y sin importar su condición, ponerse de su lado. Eso se llama empatía, y es la que necesitan llevar también a las aulas nuestros hijos, practicarla unos con otros.
Que sepan que nadie es mejor o peor por tener mochila y zapatos nuevos, o usados; por ser más o menos inteligente; porque sus padres sean profesionales, dueños de negocios u obreros. En una sociedad donde cada día se acentúan más las diferencias socioeconómicas, la empatía resulta esencial para que cada niño se sienta aceptado, integrado al grupo, feliz dentro del colectivo.
Ellos son las personas más importantes del mundo; todos, sin excepción. A fin de cuentas, son nuestra más grande esperanza. Entonces, asegúrese de colocar en la bolsa de sus hijos al menos un poco de estos elementos, así, crecerán más saludables.