No saldrá nunca de mis venas San Antonio de los Baños. Corre en ellas como un río y, a la vez, echa raíces como sus ceibas. No importa si tiene muchos huesos rotos, importa que ríe y el humor salva. Además, sin ser el más bello de los pueblos, sí es el más filmado del mundo.
La madeja actual de casas y calles nació gracias al hilo de agua que la recorre, pues ya entonces atraía bañistas e incluso pescadores. En 1794 se convirtió en villa y comenzó a oler a café y tabaco.
Historias diversas cuentan sus añejas paredes y parques, un sinfín de nombres difícil de abarcar en simples crónicas y relatos, la huella de un sitio singular como pocos, amado a través de poemas, pinturas, películas, canciones…
Yo soy de donde hay un río en la punta de una loma. Lo confiesa desde la quinta punta del alma el trovador Silvio Rodríguez. Lo afirma este hijo de una avenida sin abolengo, donde los vecinos compartían las paredes de sus casas.
Todavía me veo subiendo las escaleras de la primera instalación que sirvió de biblioteca municipal. Cuando llegaba arriba siempre encontraba un boleto a soñar. Era la aventura de vivir muchas vidas en un puñado de páginas.
Recuerdo las noches en el cine Casino. Allí aquel pequeño fue Zorro y Tulipán negro. Desde la gran pantalla llegaron grandes amores hasta mi butaca.
Pero nada tan especial como los domingos, cuando mi papá me llevaba a La Quintica, a bañarme en el Ariguanabo y comer luego allí mismo o en el Cubachin.
Precisamente el río alimenta un curioso “misterio”. Luego de atravesar con varias curvas el pueblo, desaparece bajo tierra, tragado por la Cueva del Sumidero.

Hace tiempo el sitio fue adornado por una instalación peculiar, incluso con una pintura mural a cargo de artistas locales… y una dedicatoria: “El río se lleva las almendras hasta el último rincón, hasta donde se guarda tímido bajo el corazón de las piedras”.
No hay dudas de que mi San Antonio es único. Villa del Humor por Eduardo Abela y El Bobo, por René de la Nuez y El Loquito, por Jorge Luis Posada y tantos otros, por las Bienales Internacionales del Humor y el Museo, sin igual Templo de la Risa.
Es el pueblo que viaja el planeta entero desde las cámaras de la Escuela Internacional de Cine y Televisión, la de todos los mundos.
De sus tierras sale la capa para el tabaco ante el cual se rinden reyes, presidentes, primeros ministros y gobernadores, artistas de cualquier latitud.
Allí está el Círculo de Artesanos, donde vi mis primeros Juegos Olímpicos a color, o Amparucha, el campamento de pioneros de mi infancia, hoy Escuela Provincial de Arte.
¿Cómo no estremecerme con las pinturas de Quidiello, las décimas de Angelito Valiente, las historias de Los Cuenteros, las ilustraciones de Boligán, el entrañable Bosque Martiano del Ariguanabo, el proyecto cultural La Dulce Quimera, de Rodolfo Chacón, o la obra de José Delarra que, aun en piedra, logra conmover?
Son incontables almas entregadas plenamente, como las de Ana Núñez Machín, Nicanor León Cotayo, Eva Rodríguez, Giraldo Alayón, la gente de Yawar, Juan Elmo Rodríguez (Tapita) o Servilio y Guillermo Alfredo Torres.
A algunos ni siquiera les importaba entregar la vida, como a Rafael Trejo, Rafael Valdés Pérez, Julio Pérez y Armando González Ordaz (Bullita).
Ni los años pueden arrancarnos lo que crece dentro: la primera escuela, la maestra de entonces, los amigos del barrio, la abuela que ya no está, las caminatas por el muro rumbo a la Fleischmann, los juegos, la afición a coleccionar sellos, los tocinillos de cielo en Colorama o el recuerdo del más bello de los Coppelias.
Amo la urdimbre entre nostalgias y sueños nuevos, la voluntad de restaurar y de engendrar obras flamantes, las melodías de antaño y las que recién nacen. Todo eso viste a esta tierra de sepias y colores vivos, a estas calles de casas abrazadas, a este pueblo de río serpenteante, a San Antonio, que también es mi patria.
Excelente texto, mis felicitaciones al periodista, muy certero, hace un hermoso homenaje a nuestro querido Ariguanabo, nuestra Villa del Humor.