En una suerte de buenaventura, Fernando G. Campoamor volvió a su Artemisa natal e hizo uso de su versatilidad periodística para escribir, en este siglo y en este tiempo, su crónica más apasionada.
Tomó prestada la pluma de los periodistas del periódico provincial y la mano de los historiadores del terruño, quienes, en una mañana cargada de espiritualidad, revivieron su prosa, justo en el 110 aniversario de su natalicio.
No hay mejor manera de honrar al escriba mayor, que hacerlo rodeado de quienes tienen el conocimiento y las herramientas para mantener vivo el legado, de quien en esta vida no fue otra cosa que un periodista, sentenció Zoila Caridad García Quesada, secretaria de organización de la filial provincial de la Unión de Historiadores de Cuba (Unhic).
Su prosa poética y radical y el dominio de los géneros periodísticos que abordó, lo convirtieron en un cronista excepcional. Volvió el embajador del ron cubano, el amigo de Hemingway, el artemiseño cabal a comandar desde la “proa” este barco de emociones que representa vivir por la profesión más hermosa del mundo.
En pocas líneas, sería injusto resumir la frondosa vida de quien fuera delegado de la Asociación de Periodistas y Escritores de Artemisa, en el Primer Congreso Nacional de Periodistas, en 1942, jurado de importantes premios periodísticos y merecedor de numerosos reconocimientos, entre ellos, el Premio de Literatura del Ayuntamiento de La Habana.
Políglota, hombre de vasta cultura y excepcional talento periodístico, escultor de un legado invaluable a la prensa cubana. Su versatilidad, pasión por su profesión y compromiso con el periodismo, hacen que merezca una y otra vez revivir en las páginas de nuestra historia.
Seamos justos esta vez. Estamos obligados a recordar. No solo porque Campoamor fue un hombre que estuvo al centro de la vida cultural y política de la República, aunque bien lo merece; sino porque encontramos en sufigura el cubano y artemiseño fiel que fue.